uiero darte las gracias porque me he reído". Parece una frase más, pero ha quedado grabada a fuego en Amaia González, siete veces campeona de Europa en la modalidad de bailes de salón, y también vencedora en un certamen mundial de ritmos latinos. Imparte clases en el hogar del jubilado de Kai-Alde, en la Parte Vieja de Donostia, pero sus instrucciones de baile nada tienen que ver con la excelencia y la perfección. La experiencia le ha demostrado que las palabras de gratitud de una persona de avanzada edad que sonríe tras mover la cadera y los hombros, olvidando por un rato la maldita pandemia, pueden llegar a valer más que todos los trofeos del mundo. "Sí, es buena profesora, pero nos ha costado más que el fichaje de Messi". El buen humor no falta en este hogar, como acredita José Ramón Lasarte. Él no baila, pero sí preside esta agrupación de 800 socios, algunos de los cuales han dejado de acudir a su cita el último año. Desde la junta les están llamando para saber si pueden contar con ellos en adelante.

La pandemia ha trastocado por completo la actividad de los hogares de jubilados de Gipuzkoa, que tratan de retomar el pulso después de acusar el golpe de tantas medidas restrictivas. Los usuarios son además la población diana con la que tanto se ha ensañado el coronavirus, y no es extraño por ello que exista cierto recelo, cuando no miedo, entre algunos socios de edad avanzada.

En la mayor parte de casos, son los ayuntamientos los propietarios de los locales y, mientras no se logre la ansiada inmunidad frente al virus, "no parecen estar dispuestos a fijar un marco de actuación claro", según indican desde la Asociación de Jubilados y Pensionistas de Gipuzkoa. "De hecho, en algunos municipios han dejado la responsabilidad de abrir o no en manos de los usuarios", precisan desde esta agrupación.

Solo en Donostia hay 23 asociaciones repartidas por todos sus barrios. La clausura de la actividad y con ella el adiós a ese vino, o ese café con churros con el que pasan la tarde y socializan es una de las secuelas más amargas del último año. Este periódico ha querido conocer cómo viven desde dentro todo ello, y Kai-Alde es, quizá, una excepción en la medida en que no es una entidad pública aunque perciba subvención del Ayuntamiento. "Lo nuestro es como un cambio de cromos. A nosotros nos interesa seguir activos, y al Consistorio tener una agrupación de jubilados tan pujante en la Parte Vieja, donde vive tanta gente ya con una cierta edad", dice Lasarte, de 77 años.

La profesora de baile añade que en estos tiempos inciertos "es hora de reinventarse". Antes de la pandemia había más contacto, entre sevillanas y ritmos latinos. "Ahora hemos pasado de las parejas al baile individual, en el que trabajamos la coordinación y el ejercicio. Así aprenden los pasos básicos, pero siempre por separado, siguiendo las instrucciones sanitarias".

Regreso con ganas

Excusa para salir de casa

Solo cerraron durante el mes y medio en el que cesó la actividad en todo el Estado. "Durante el confinamiento les grabé un vídeo para que se siguieran ejercitando. La verdad es que no han vuelto todos, pero los que vienen lo hacen con ganas", asegura González, que percibe un mayor ánimo en el grupo en la medida que se va completando la pauta de vacunación.

En esta peculiar pista de baile se dan cita todas las semanas personas ya retiradas de sus actividades laborales que lo han pasado mal durante los momentos más duros de la pandemia, y que han encontrado en el baile la mejor terapia para seguir adelante. "Venir aquí es sinónimo de ilusión, la excusa perfecta para salir de casa". Marimar Maldonado, de 75 años, es una de las que nunca falta a las clases. Hoy toca merengue.

El miércoles recibió la segunda dosis en Illumbe, donde estos días el paso de tanta gente está dando pie a más de una anécdota. "Esta mañana en clase de gimnasia nos ha contado un compañero que cuando le han dicho que se sentara, ha respondido que no, que quería subir las escaleras. ¿Qué escaleras? Las de la plaza de toros, y hasta el último peldaño que se ha ido. No había estado nunca en el coso taurino y le hacía ilusión verlo desde arriba".

Axen Egaña, de 84 años, se desternilla de risa al escucharla. Desde que se casó vive en la calle Narrika de la Parte Vieja. Forma parte de ese clan de jubiladas que dicen vivir muchos años "porque nos protegen los árboles de Urgull". Es miembro de la junta de esta asociación que imparte todo tipo de materias: clases para ejercitar la memoria, de euskera, francés, inglés...

También es variada la oferta en otros centros como el Club de Jubilados Jatorra, en la calle Larramendi de Donostia. Pero como dice su presidenta, Marta Funes, por el momento nada es lo que fue debido a la pandemia. "No hay bingo ni cartas, y el bar está nuevo pero a las 16.30 horas tiene que cerrar por la normativa actual". La presidenta del club reconoce que a pesar de que todos los usuarios ya han sido vacunados no pueden hablar de normalidad.

A sus 84 años ya ha completado la pauta después de recibir las dos dosis necesarias, pero entre las usuarias del centro se impone la cautela. "No nos atrevemos a jugar a cartas porque a día de hoy sería un trastorno. Son de plástico y habría que limpiarlas cada vez que las usamos. Con el bingo ocurre lo mismo. Hay que tocar las monedas, y casi nadie juega. Pocos lo están haciendo en Donostia". De hecho, no se recomienda e incluso en algunos casos está expresamente prohibido.

El Club de Jubilados Jatorra estuvo un año cerrado por obras y el covid tomó el testigo. Demasiado tiempo para personas que necesitan socializar tras el largo encierro en el hogar. "Como mucho entran en el local ocho personas, y como ahora no hay ni bingo ni cartas, hay quienes prefieren quedar para charlar en un banco y no entran".

Los usuarios de los centros son la población diana con la que se ha ensañado el virus y todavía persiste cierto recelo a pesar de la vacunación