Hubo un tiempo no tan lejano en el que Errenteria fue una referencia turística, cuna del bertsolarismo y de la pelota y paso obligado para descubrir lo último en repostería. Lo fue además a la par que el primer periodo de industrialización, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comenzaba a transformar física y socialmente un municipio que, con el tiempo, acabaría comparándose con el Mánchester sucio y lleno de hollín repleto de innumerables fábricas. Con motivo de los 700 años de la villa galletera, el periodista Koldo Ordozgoiti se ha sumergido con el libro La pequeña Mánchester en 58 años de la historia de Errenteria (1845-1903) para rescatar una imagen "que parece rara" atribuírsela hoy en día.

Con la llegada de la industrialización, Errenteria pasó de ser "una población que agonizaba" mirando al mar -desde allí se exportaba el hierro- a ser una de las localidades más punteras y de moda de toda Euskadi. En poco más de medio siglo, la llegada del tranvía y la creación de 21 fábricas cambiaron su estructura urbanística, secando diferentes zonas y arrebatándole espacio al río Oiartzun, y su vida social. Si en 1840 la villa contaba con 1.057 habitantes, en 1900 el censo ascendía a los 4.081. Un dato que sobresale más comparándolo con la evolución de los municipios cercanos: Pasaia pasó de 961 a 2.856, Lezo de 700 a 1.190 y Oiartzun de 3.523 a 3.960.

Las claves de por qué este cambio en Errenteria y no en otra localidad son dos, según Ordozgoiti. Tras el final de la I Guerra Carlista, para evitar el contrabando, se estableció que no se podía instalar ninguna fábrica a diez kilómetros de distancia de las aduanas. "Errenteria estaba a once, por lo que varios empresarios de Hondarribia y Oiartzun decidieron fijar la Sociedad de Tejidos de Lino allí", relata, señalando que esta misma decisión la repetirían hasta 20 fábricas más en pocos años. A ello hay que sumar la llegada del tranvía, lo que estaría detrás de la ralentización en, por ejemplo, Oiartzun, hasta donde no llegaba este transporte.

En el libro, Ordozgoiti repasa de forma exhaustiva las 21 fábricas que se establecieron en Errenteria en este periodo, algunas de las cuales fueron reciclándose en otras. Las más importantes seguramente fuesen las cuatro de lino, "que convirtieron a Errenteria en el foco más importante de este sector en el Estado".

No obstante, la que caló más hondo en la memoria de la población y la que acabó por dar el apodo de galleteros a los oreretarras fue la fábrica de galletas de Olibet. Lo hizo, tal y como explica el periodista, gracias a "un marketing excelente": "Era un producto novedoso y se aprovechó de las visitas de personajes famosos para darse a conocer".

Apenas quedan vestigios de estas instalaciones en el pueblo. La más antigua está en el barrio de Fanderia, restos de la ferrería de Añarbe que desde 1592 fue evolucionando y a la que se ligó tres siglos después Cesárea Garbuno Arizmendi, una empresaria pionera a la que pone en valor Maite Ruiz de Azua, una de las colaboradoras del libro junto a Elixabete Pérez e Iñigo Imaz. "En todo este periodo, el número de mujeres que trabajaban en las fábricas de Errenteria era superior al 40%. En algunas, como en Olibet, suponían la mitad de la plantilla", cuenta Ordozgoiti.

La única empresa que ha resistido al paso de los años y a la desindustrialización ha sido la papelera. "De las cinco máquinas que tiene hoy en día, la primera está en el pabellón original de 1890", apunta el autor, al tiempo que añade que "no existen muchos recuerdos más" de este periodo en la villa.

Errenteria, ciudad de vacaciones

En este periodo, Errenteria era mucho más que un hábitat ideal para la industria. Y buena parte de la culpa la tuvo la reina regente María Cristina. "Como cada año toda la Corte pasaba dos meses y medio en Donostia, tenían que hacer excursiones. Y una de ellas era a Errenteria, un municipio cercano, al que se podía ir en ferrocarril, y que juntaba varios puntos atractivos", da a conocer Ordozgoiti.

Su gastronomía y, sobre todo, sus establecimientos hosteleros eran uno de estos puntos fuertes. Desde la fonda Casa Mateo hasta el Café de la Paz, pasando por el ya desaparecido edificio del café-restaurant Oarso Ibai, al que los medios de la época citaban comúnmente destacando sus populares patatas soufflées, que atraían a decenas de visitantes cada año.

Este establecimiento, que posteriormente pasó a denominarse Panier Fleuri, fue también refugio de la cultura vasca, del euskera y sobre todo del bertsolarismo. Bajo su techo se creó el himno Agur Jaunak y a él acudían habitualmente bertsolaris conocidos como Juan Frantzisko Petriarena, Xenpelar,Xenpelar y otros no tan reconocidos que trabajaban en la industria manufacturera del pueblo.

Pero Errenteria no solo era cuna de hostelería y bertsolarismo, también lo era de pelotaris. "La última evolución de lo que hoy conocemos por remonte se da allí. Entre 1888 y 1903, los pelotaris se profesionalizan con técnicas modernas que surgen en Errenteria. Mucha gente acudía para verles entrenar y jugar", explica Ordozgoiti, que indica que entre doce y quince pelotaris tenían sede por esas fechas en la localidad. Entre ellos, "la Santísima Trinidad" de este deporte en la época: Vicente Elícegui, Luis Samperio y Victoriano Gamborena.

La publicación La pequeña Mánchester puede recogerse hasta final de existencias -se ha realizado una tirada de 800 ejemplares- en el Ayuntamiento de Errenteria, en el Centro Cultural Niessen, en Emakumeen Etxea y en la Biblioteca Municipal.

El libro se complementará con dos ejemplares más que saldrán a la luz próximamente: el primero de ellos centrado en el periodo 1903-1936 y el segundo en 1936-1982.