- La Fundación Goyeneche de Donostia lleva más de 30 años prestando servicios de atención diurna a personas adultas con discapacidad intelectual a través de una red de quince centros repartidos por toda Gipuzkoa llamados Garagunes, espacios donde desarrollan actividades que buscan favorecer el desarrollo personal y social de los usuarios. Carla Santiago es una de las trabajadoras de esta entidad de interés social y sin ánimo de lucro que, como todo el mundo, se vio afectada de la noche a la mañana por la aparición de la pandemia del covid-19. Los centros cerraron sus puertas y muchas de las trabajadoras de la fundación acompañaron a los usuarios en sus domicilios particulares. En el caso de Carla, su función fue la de ayudar a Ane, con la que pasó parte del confinamiento dándole apoyo en todo tipo de facetas.

¿Cuánto tiempo lleva como trabajadora social para la Fundación Goyeneche de Donostia?

-Unos tres años. Anteriormente he trabajado en Aspace y también he sido profesora de atención sociosanitaria. Actualmente soy responsable del Garagune de Zarautz y de otro de Donostia.

¿Cuál es su labor en estos centros?

-Soy la responsable de trabajo de ambos Garagunes. Mis funciones son las de asegurar que las personas con discapacidad intelectual tengan una amplia oferta de actividades con las que puedan participar en la comunidad, así como relacionarse con otras personas.

Durante el confinamiento de marzo y abril estuvo trabajando con Ane, una de las usuarias de los Garagunes. ¿Cómo recuerda aquellos días?

-Los Garagunes se mantuvieron cerrados durante todo el confinamiento, por lo que los usuarios no podían acceder a los centros. Yo me encargué de ayudar en las necesidades que tuviera Ane y de aportar en lo que pudiera. Por ejemplo, le estuve enseñando las medidas sanitarias como lavarse las manos y le ayudé a que se adaptara a la nueva situación viendo noticias y comentándolas. El Gobierno dio permiso a las personas con discapacidad intelectual para poder salir a la calle a pasear, por lo que estuvimos dando algunos paseos. Además hicimos todo tipo de actividades como cocinar, jugar, hacer algo de zumba… Como todo el mundo más o menos.

¿Fue fácil para Ane comprender la situación en la que estábamos?

-Pues como para todos. Nadie éramos conscientes de la gravedad de la situación hasta que nos quedamos en casa. Ane y sus compañeras entendieron muy bien lo que estaba pasando, aunque es verdad que para ellas sigue siendo algo abstracto. Sin embargo, han interiorizado perfectamente las nuevas normas sanitarias. No han tenido problemas en ponerse la mascarilla e incluso si veían a alguien por la calle sin ella les llamaba la atención.

Una de sus tareas durante aquellos días fue la de ayudar a Ane a que se comunicara con sus seres queridos a través de las videollamadas. ¿Cómo fueron esos momentos?

-Ane maneja muy bien las redes sociales y era ella quien elegía con quién quería hablar. Yo simplemente le ayudaba a que escogiera una buena hora para que pudiera mantener una rutina. Ella vive en casa con su familia y aprovechaba las videollamadas para mantener el contacto con sus compañeras de Garagune, trabajadoras del centro o con amigas de la infancia que ella tiene en su pueblo natal, Orio.

¿En qué condiciones se han encontrado las trabajadoras sociales durante esta pandemia?

-Al principio fue difícil. Como los centros estuvieron cerrados, nos sumamos al teletrabajo actualizando los métodos del Garagune para que pudiéramos seguir con nuestra actividad. Entre otros, intentamos mantener el contacto entre las trabajadoras de los centros con las viviendas tuteladas y también reforzamos los equipos de estas viviendas.