Expuestas a bajos ingresos e intensas jornadas laborales. Esta es la realidad que viven algunas trabajadoras del hogar, otro de los sectores que se ha visto especialmente afectado por la pandemia. Silvia Carrizo, activista por los derechos de las mujeres migradas, destaca que muchas de las mujeres con las que tiene contacto "están sujetas las 24 horas del día a la disponibilidad de quien les contrata".

La época más dura para la mayoría de ellas fue la del confinamiento cuando tuvieron que "vivir en los domicilios en los que trabajaban. Llegaron a pasar tres meses sin ver absolutamente a nadie", señala Carrizo. Para paliar situaciones como esta, hace 18 años, se puso en marcha Malen Etxea, un proyecto que define como un "entorno seguro de migración. Es lo más parecido que hemos construido a un hogar". Malen significa mujer en lengua mapuche. "Fusionamos estas dos palabras para visibilizar la importancia de lo que es el lugar propio, la casa", remarca. Un espacio seguro de solidaridad, de acompañamiento, de risas y de llantos.

Las vivencias en Malen Etxea

El 98% de las socias de Malen Etxea son precisamente mujeres migrantes, trabajadoras internas, especializadas en el sector de los cuidados. Algunas de ellas han sufrido en algún momento "problemas emocionales y psicológicos debido a la vulnerabilidad laboral a la que están sometidas". El aislamiento y la soledad aparecen como las principales consecuencias de estas situaciones vividas, problemas que "han sido atendidos a través de la atención psicosocial. Durante el confinamiento, se pudieron apoyar en la terapia on line y telefónica que ofrecía el centro".

Por otro lado, aquellas mujeres que perdieron su empleo durante la pandemia trataron de acceder a la ayuda extraordinaria impulsada por el Gobierno Sánchez para paliar los efectos la crisis sanitaria. Sin embargo, para percibirla era necesario estar dada de alta en la Seguridad Social o disponer de un contrato por escrito. "Se eliminó la posibilidad de que pudieran acceder las mujeres sin papeles. Además, la tramitación fue altamente complicada y muy pocas mujeres han podido cobrar el subsidio", concluye.

Carrizo pone el foco en otra de las grandes lacras de este sector, el acoso laboral. Concretamente, el 53% de las mujeres migrantes se han visto envueltas en una situación de este tipo. Sin embargo, estamos ante una realidad que generalmente "se vive de puertas para dentro" y tiende a resolverse mal. "La mujer víctima de acoso coge sus cosas y se acaba marchando del hogar en el que trabaja", señala.

Carrizo defiende que la sociedad debe ser consciente de que estamos ante un trabajo que se desarrolla en unas malas condiciones que se han ido normalizado. Frente a esta realidad -insiste- seguirán luchando por poner en valor un sistema de cuidados que "se soporta con el cuerpo y la vida, con el sacrificio de miles de mujeres". Para ello cuentan con la casa de las mujeres de Zumaia, un espacio en el que "se salvan la vida mientras organizan la resistencia".