na vacuna es una preparación que en el organismo del vacunado va a generar la producción de defensas (anticuerpos) frente a una bacteria o toxina (antígeno) determinada de forma que, cuando se produzca la invasión “de verdad”, el organismo reaccionará eliminando al invasor. Todas las vacunas son preventivas, no curativas.

Hay indicios de que en China ya se utilizaban en el siglo X frente a la viruela y en el siglo XVIII era habitual su administración en Turquía. En 1796, un médico rural, Edwar Jenner, observó que las ordeñadoras que enfermaban de viruela de sus vacas, quedaban a salvo de la viruela humana, mucho más mortífera. La viruela se erradicó hace 50 años. Y volvemos a la estrategia Una única salud, One health, en el idioma vehicular del Imperio. A finales del siglo XIX, el químico Louis Pasteur desarrolló las vacunas contra el cólera aviar, el ántrax y la rabia. La peste bovina se erradicó gracias a la vacuna. En 1923, el veterinario francés, Gaston Ramón descubrió la vacuna contra la difteria, y el médico danés Thorvald Madsen la de la tosferina. En 1954, el médico Jonas Salk, la antipoliomielítica.

Pero la seguridad absoluta no existe en ninguno de los órdenes de la vida, tampoco en biología. En 1955 se produjo un grave accidente en los laboratorios Cutter de EEUU en el proceso de fabricación de la vacuna contra la polio, que provocóa que unos 40.000 niños experimentaran debilidad muscular. 51 finalizaron con parálisis en la misma extremidad en donde recibieron la inyección de la vacuna y, de ellos, cinco fallecieron. Entre los contactos de los afectados se registraron también 113 casos de parálisis y cinco decesos. Lo que no fue óbice para que a mi hermano y a mí nos vacunaran pocos años después porque nuestro padre -S.T.T. L-, la padeció con cuatro años y las secuelas le acompañaron toda su vida. Hoy la polio está casi erradicada, como el tétanos, la difteria, la tosferina, la varicela, las paperas (parotiditis), el sarampión o el papiloma, gracias a las vacunas.

En 1998 el antiguo médico Andrew J. Wakefield sugirió en un artículo publicado en The Lancet una posible relación entre la vacuna triple vírica de los niños (sarampión paperas y rubeola) con el autismo y enfermedades gastrointestinales. Los índices de vacunación descendieron inmediatamente y hubo rebrotes de sarampión. Se demostraron conflictos de intereses y graves deficiencias en las investigaciones: diez de los trece coautores de su equipo se retractaron. Wakefield fue expulsado del Colegio de Médicos británico por falta de ética profesional y se convirtió en un mártir y referente de los antivacunas. La revista se retractó y eliminó el estudio de sus archivos, eso sí, a los doce años de pleitos. Pero, para algunos, el argumento todavía perdura. En 2017 se produjo un accidente con una vacuna contra el dengue que, en algunos casos, agravó la enfermedad en un mínimo porcentaje de los vacunados, un problema por lo demás, que no cabe la posibilidad de que exista en el caso del COVID-19.

Conviene ser crítico con la avalancha de información que nos lanzan cada día. Además de la pandemia, estamos sufriendo una infodemia. Es agobiante el tratamiento de los medios, convirtiendo en noticia la anécdota más nimia, elevando a la categoría de experto al primer opinador cuyas fuentes ignoramos y convirtiendo en epidemiólogo a cualquier médico por haber aprobado la cuatrimestral de segundo de carrera. Patética ha sido la aparición de los presidentes autonómicos en la foto junto a la ancianita, primera vacunada de su comunidad. En eso los vascos somos más serios. Más sosos, quizás. Nos limitamos a la bilbainada chirene de la consejera con bata blanca firmando el albarán de recepción, eso sí, destacando la fuerte escolta de la Ertzaintza a la furgoneta que transportaba las vacunas. Ya han comenzado los primeros problemas de logística. Se sucederán. “La línea entre el orden y el desorden, reside en la logística”, sentenciaba Sun Tzu.

No debemos olvidar el enorme negocio existente alrededor de las vacunas. En España se van a gastar 1.000 millones de euros (y apenas se ha financiado con un par las tres vacunas españolas), cuando ya se ha filtrado, pese al acuerdo de confidencialidad, que el precio por dosis oscila entre 2,9 y 25,6 euros. El resultado es que Pfizer va a ingresar 16.000 millones de euros, mientras que Moderna ingresará 10.000 millones, lo que no está nada mal para una empresa cuyo primer producto comercializado es, precisamente, una vacuna mRNA frente al COVID-19. Todos tienen prisa. Los políticos por sus razones, no precisamente sanitarias estrictas, y los laboratorios privados, a quienes se ha financiado la fabricación, sin que asuman ninguna responsabilidad ante posibles resultados adversos de su producto, porque saben que la competencia les pisa los talones. La de AstraZeneca-Oxford, más barata y más ventajas, según publican en The Lancet, se presentará en Europa en cuestión de días, pero no será la única. Le seguirá la española de Luis Enjuanes, más segura y efectiva.

Estoy seguro de que las eminencias del LABI valorarán concienzuda y prudentemente la posibilidad de continuar manteniendo con firmeza, ajenos a la presión de los hosteleros, las consabidas medidas de prevención -distancia física, mascarilla, higiene y ventilación-, vacunar a la población de riesgo y esperar hasta marzo, por ejemplo, como harán los suizos, a evaluar los resultados en Gran Bretaña y Estados Unidos y ponderar los posibles efectos secundarios, cuando los vacunados interaccionen con la contaminación de una zona industrial o las reacciones de las personas vacunadas con problemas respiratorios previos. De paso, damos tiempo a la aparición de las nuevas vacunas, algunas a partir de ADN sintético. Quizás sea el mensaje encriptado que nos envían al afirmar que, hasta marzo, van a vacunar sólo a tres millones en un Estado con mayúscula, de 47 millones de habitantes. Y, seguramente, en diciembre tengamos que volvernos a vacunar porque ignoramos la duración de la inmunidad. Mientras tanto, no podemos bajar la guardia.

Acabo con otra copa de Juanita, nuestro aparduna brut nature de Alkiza, homenajeando a Ignacio Garitano, portavoz de la pandemia y capacico de las hostias, al que han “quemado” en sólo tres meses. Y ya van dos. Sin olvidar al Consejo Asesor de Enfermedades Infecciosas Emergentes que también laminaron. En esos ambientes, la mediocridad gana siempre al talento y seguramente, el tan voluntarioso como ingenuo ginecólogo alavés, lo ignoraba.