ara gran parte de la ciudadanía, la palabra aerosol les traerá a la memoria un insecticida, un ambientador o aquel tubo que disponía de un pequeño depósito en su porción distal y un émbolo en la proximal que al accionarlo expandía el DDT que acababa con las moscas. Los científicos denominan aerosol a las microscópicas gotas de secreciones de nuestro sistema respiratorio que, junto con la saliva, se expulsan de forma inadvertida por la boca y la nariz al hablar, estornudar, toser, cantar o espirar y que, si portan virus, permiten que éstos se queden flotando en el ambiente y contagien a otros que compartan con nosotros un espacio cerrado.

Partículas mucho más diminutas que las que Flügge advirtió en 1910, y que ahora se pueden evidenciar por microscopía electrónica. Adquieren singular importancia como vehículos del virus Sars-Cov-2 -y de otros virus respiratorios-, aunque el Club del 5D (donde dije digo, digo Diego), también conocido como OMS, siga siendo reticente a admitirlo. Para algunos autores, hasta el 90% de los contagios se producen de esta manera. De ahí la importancia de la buena ventilación en aquellos lugares donde no hay más remedio que compartir espacio y permanecer en silencio el mayor tiempo posible. Aunque a todos nos moleste llevar la mascarilla, especialmente a los que somos de agraciada faz, habrá que seguir luciéndola durante diez o doce meses más todavía.

Ahora el prestidigitador Sánchez nos anuncia la inmediata aplicación de la vacuna salvadora, quizás para mantener alta la moral de la ciudadanía atolondrada, aunque ignore el tipo de vacuna, las fechas reales de su presentación en el mercado, la logística a aplicar, su precio y carezca de los recursos humanos para aplicarla, competencia de las comunidades autónomas, salvo que movilice a la UME y establece las prioridades de los grupos a vacunar. Bagatelas. Lo realmente importante es aparecer en los medios y salvar la navidad. Magro objetivo. Volveremos a jugar al Yo-yo. Confinamiento y bajan los casos. Se alivia la presión, salimos a los bares ¡que no falten!, reuniones familiares y de amigos, relaje y vuelta a subir la curva. Consecuencia, nuevos confinamientos. No hay sistema de salud ni economía que lo soporte. Y ahí, la culpa no es únicamente de los políticos. Tampoco lo solucionará la vacuna sino el sentido común.

¿Cómo se mide la efectividad de una vacuna? Partiendo de la base de que efectividad es la capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera, según la RAE, los matemáticos definen la efectividad con una fórmula muy sencilla. Efectividad = 1 - (Incidencia vacunados / Incidencia placebo). Recordamos que placebo es, tratándose de las pruebas de un medicamento, aquel producto inocuo que se administra a quien prueba un medicamento.

Hasta ahora, toda la información relativa al funcionamiento de un fármaco se explicaba en las publicaciones científicas sometidas a revisión o contraste. Ahora recurren a los medios. No han publicado sus resultados sino que los han publicitado, añadiendo más confusión del respetable, de tal forma que, en la mayoría de los casos, ignoramos el tamaño de las muestras poblacionales, vacunada y placebo, su distribución por edades, el protocolo observado, las posibles incidencias y las sintomatologías observadas.

Únicamente la farmacéutica Moderna ofrece una información seria, con un tamaño de muestra de 15.000 personas por grupo y detallan que ha habido cinco casos leves en el grupo vacunado y 90 en el control (y de esas once fueron graves, lo que es una gran noticia porque en el grupo vacunado no hay ninguno). En este caso cuadra casi perfectamente con el 94,5% anunciado. Los resultados de Pzifer/BioNtech y de la rusa Sputnik V Gamaleya son más discutibles. Además, el anuncio de la vacuna de Pfizer es incorrecto; no hay publicaciones de su seguridad en personas. Luego está el problema logístico de su conservación a -80ºC. Hay más vacunas, todas con sus pros y contras: la recombinante británica de Oxford University y AstraZeneca (usando adenovirus de chimpancé como vector), la recombinante belga-estadounidense de Janssen y Johnson & Johnson, la inactivada china de Sinovac, la recombinante doble rusa de Gamalaya, la recombinante china de CanSino, la inactivada india de Bharat Biotech y subunidades estadounidenses de Novavax.

Ningún fabricante se ha referido con rigor a los efectos secundarios de la vacuna. Algunos de los voluntarios a los que se administró la vacuna, tanto de Moderna y Pfizer experimentaron fiebre alta, dolores corporales, de cabeza y agotamiento que desaparecieron en unas horas. Otros sugieren tomarse un día libre tras la administración de la primera dosis. Pero dejemos estos detalles para los técnicos de la Agencia Europea del Medicamento que, de verdad, merecen nuestra confianza y vayamos a un detalle más morboso.

El consejero delegado de Pfizer, el veterinario griego Albert Bourla, vendió el 62% de sus acciones por casi cinco millones de euros tras anunciar el éxito de la vacuna. Parece ser que la transacción había sido autorizada por la Comisión de Bolsa y Valores, con suficiente antelación al anuncio en prensa, para que no fuera considerado un movimiento vinculado a la información privilegiada y saltaran las alarmas del regulador bursátil, en lo que la prensa salmón ha calificado como operación perfecta. Algo parecido hizo la vicepresidenta de la compañía, Sally Susman. Ambos mantienen todavía un buen paquete de acciones en la compañía.

Algunos nos preguntamos el motivo de esta operación, porque si el producto es tan bueno como dicen, en los próximos meses venderán vacunas como rosquillas y todos ganarán mucho más. Quizás la nota de prensa, insisto en la ausencia de publicación científica ad hoc, fue una exageración y hay posibles efectos secundarios o incompatibilidades con otros tratamientos habituales en un segmento poblacional, diana de la vacuna. La Agencia Europea del Medicamento y la FDA nos desvelarán el secreto en los próximos meses.