abemos que nuestro virus se transmite a modo de aerosol, por las gotas de Flügge, al hablar, toser o estornudar, y de ahí la necesidad de mantener las distancias físicas y portar mascarilla. Leo en The Conversation un artículo sobre la transmisión del virus de la COVID-19 en los ascensores, a raíz de un caso declarado en Seúl el pasado mes de febrero. Una mujer de 41 años fue infectada tras compartir ascensor con un enfermo por espacio de un minuto, sin usar mascarillas, mientras que los dos hijos de la mujer, que las portaban, dieron negativo. Es la única referencia escrita y en prensa generalista. No hay ninguna en revistas científicas.

Al compartir ascensor con una persona infectada, bien sea sintomática o no, desprovista de mascarilla, asumimos un riesgo considerable, incluso sin mantener la conversación normal en ese habitáculo sobre el tiempo o la pandemia. Para que la transmisión sea efectiva, ni siquiera es preciso viajar juntos, bastaría estar en contacto con una superficie contaminada por el viajero anterior. Richard Corsi, investigador de la Universidad de California, modeló la concentración de virus después de que una persona infectada, viajase al piso 10 mientras tosía y el ascensor retornaba al piso primero, concluyendo que la persona en el piso primero se ve expuesta a un 25% de la carga viral que el pasajero previo expulsó.

España es el país con el mayor número de ascensores por habitante del mundo. Le sigue Italia. Francia es el sexto. Alemania tiene más habitantes, pero viven más dispersos o en edificios más bajos, muchos de ellos sin ascensor. También Nueva York, paradigma de la ciudad vertical, es la ciudad de EEUU más afectada por la COVID-19. En otras ciudades verticales coreanas o japonesas utilizan la mascarilla mucho antes de la aparición del virus.

No nos olvidemos de Joaquín y Alberto, del vertedero de Zaldibar, ni de comprar producto local, de nuestros baserritarras.Doctor en Veterinaria