entxu Ruiz de Azua, vecina del barrio donostiarra del Antiguo, recorría en la época precoronavirus una media de nueve kilómetros diarios andando. Durante el confinamiento ha tenido que tirar de aplicaciones para contabilizar la distancia que llevaba yendo y viniendo por su pasillo y así saciar sus ganas de salir. “Pero no es lo mismo, tengo muchísimas ganas de poder caminar afuera”, cuenta.

Para esta mujer pasar de “estar acostumbrada a una rutina” como tenía antes del estado de alarma a apenas poder irse de casa ha sido “muy estresante”. “Cada día salía ocho o diez kilómetros a andar, al margen del plan que tuviera ese día, por lo que lo echas en falta y lo llevas mal”, explica, al tiempo que reconoce que el deporte en el hogar ha sido un sucedáneo artificial que no la ha convencido del todo. “Menos mal que tengo las aplicaciones que me cuentan la distancia, porque sino no sabría cuánto hago”, comenta, confesando que estas APPs también han servido como pique con su marido: “Cuando voy siete kilómetros, me dice si no voy a poder con más o qué y al final con la tontería acabamos haciendo más”.

Mentxu y su marido saldrán mañana a pasear, por fin, a la calle, pero tienen miedo con lo que se puedan encontrar. “Como solo podemos ir un kilómetro, y viviendo en la calle Matía, dime cómo vamos a evitar las aglomeraciones”, dice, y se pregunta si no sería mejor para evitar la propagación ampliar el radio de distancia. “Si pudiese me iría al monte Ulía a respirar paz y tranquilidad y seguro que estaría más segura porque me encontraría con mucha menos gente”, afirma.

“Se van a juntar la gente que va a las compras con los padres con niños con los que salimos a hacer algo de deporte y va a ser la locura”, anticipa.

En estos últimos -“los que se han vuelto locos por hacer gimnasia en casa”- se incluye. “En general todo el mundo se ha movido mucho y las primeras semanas estaban motivados, pero los ánimos han caído y mucha gente ha tirado la toalla”, explica. Algo que no ha sido su caso: “Nosotros seguimos y seguiremos hasta que podamos andar más allá de la calle Matía. Lo que no sé qué harán son todos esos que se compraron las máquinas para correr en casa”.