l ministro de Sanidad, Salvador Illa, siempre se cura en salud aclarando a los ciudadanos que tal o cual medida se ha tomado según el criterio de los expertos. Es decir, que, durante la pandemia, el gobierno del 155 sanitario ha sido un simple intermediario entre los expertos y la gente.

O, dicho de otra manera, quienes nos han gobernado han sido los expertos, de la mano del Gobierno. Sería bueno que el Gobierno nos los presentara, con nombre y apellidos. Más que nada, para saber quiénes son los verdaderos responsables de los dislates con los que nos sorprenden cada día. Test y mascarillas defectuosas que nos cuestan una pasta, desinfecciones a toque de corneta o paseos de niños al supermercado, la farmacia o el banco para socializar los microorganismos con el resto del barrio que, eso sí, usa mascarillas a precio intervenido. Cualquier epidemiólogo de salón entiende que esa feliz iniciativa tiene que ser peor que pasear al aire libre, correr, andar en bici o en patinete y jugar con la familia, evitando juntarse con otras personas.

A los expertos y asesores de la consejera vasca los hemos conocido en circunstancias un tanto forzadas.

Conozco a técnicos buenos en Salud Pública, funcionarios de carrera. Como en las alineaciones del fútbol, todos quitaríamos algunos nombres y pondríamos otros, algún veterinario incluido. Son los de su confianza, pero, como dice Marcelo en el castillo de Hamlet, “algo huele a podrido en Dinamarca”. He ejercido de asesor experto en varias ocasiones.

Es humano que nos guste que corroboren nuestras felices iniciativas. Algunos asesores lo captan enseguida y son estupendos. Parecen de corcho. Siempre a flote. Detectan las vanidades del asesorado y saben jugar con ellas. Otros dan su opinión honrada, y no siempre son los mejores. Así es la vida.

No nos olvidemos de Joaquín y Alberto, sepultados en el vertedero de Zaldibar. Acordarse de comprar producto local, anchoas o cordero, por ejemplo.