- Durante 14 largos meses, Myriam Emparanza buscó a su hijo Eneko, de siete años, secuestrado por su padre tras romper este último en las navidades de 1998 el régimen de visitas que tenía establecido la pareja. Myriam dio con el paradero de Eneko a principios del año 2000 y, cuatro meses después y tras intensas gestiones diplomáticas y políticas, pudo regresar con él a Legazpi. Eneko Emparanza (Donostia, 20 de septiembre de 1992), que actualmente reside en Murcia, donde trabaja como fisioterapeuta y entrenador de deportistas, relata a NOTICIAS DE GIPUZKOA aquellos meses que acabaron con un final feliz.

¿Cómo recuerda lo que sucedió hace 20 años?

-En el día a día no tengo recuerdos presentes pero, si me pongo a recordar aquello, te puedo hacer una película con imágenes de todo lo que pasó, de principio a fin. Hay cosas que se me han olvidado, pero me acuerdo de cómo fuimos a Yemen, cómo volví con mi madre. Si quieres te lo pongo todo en un contexto.

Adelante.

-La situación que viví con mis padres no se la recomiendo a ningún niño porque no fue fácil. Desde que tenía 3-4 años, mis padres siempre estaban peleándose por mí, por ver quién tenía la custodia. Mi padre se lió con una mujer del juzgado y le dieron la custodia a él, me quitaron de mi madre€ Yo siempre andaba de aquí para allá. Eso, a un niño de 3, 4, 5, 6, 7 años, le genera una gran tensión. Cada 10-15 días, pasaba de uno a otro. Y siempre había problemas. Que si uno llegaba tarde, que si no me entregaban cuando había que entregar€ La sensación siempre era de tensión, tensión tuya, tensión entre mis padres, de discusiones... no era fácil. Mi padre creo que lo tenía pensando todo desde hacía tiempo. Lo de huir a Yemen, lo tenía todo bastante cerrado, y un día me dijo que nos íbamos de viaje y que no le dijera nada a mi madre. Luego, cuando ya pasó todo, recordé que mi madre me dijo que en la última quincena que pasé con ella le dije que me diera un abrazo muy fuerte. Eso le extrañó. Ella sintió como que me despedía pero no le dio importancia. En la quincena que le tocaba a mi padre estar conmigo, cogimos un tren de Biarritz a París, y de ahí un avión a Yemen, donde comenzó toda la historia. Fuimos a una cultura nueva, nos convertimos al islam y viví situaciones de miedo y estrés, aunque como eres un niño no las vives así. Para ti es como un juego. No iba al cole. Tenía libertad. Y veía situaciones de peligro, pero no lo pasaba mal. Cuando estuve en Yemen, no percibía que fuera todo tan negativo.

¿Recuerda dónde vivía durante ese año en Yemen?

-Primero vivimos en un hotel. Mi padre pidió la herencia anticipada a mi abuela alemana. En Yemen, con no sé la cantidad de dinero que llevaría mi padre, vivías a unos niveles muy buenos. Luego vivimos en una casa más pequeña que alquiló mi padre y luego en una casa que era un rascacielos amarillo y que fue donde pasamos casi todo el tiempo. Más tarde, cuando detuvieron a mi padre, residí en la casa de un jeque.

¿Iba al colegio?

-No. Al colegio no iba. Intentamos ir un par de días pero no funcionó. No tengo recuerdo de haber ido allí al cole pero tampoco tengo recuerdo de haber ido antes. Cuando viví con mi padre en Betelu, durante ese año no fui al colegio porque él decía que no tenía que ir. Al colegio dejé de ir dos o tres años. En Yemen, mi padre tenía en un armario un fajo de billetes y un día normal consistía en que yo, un niño de seis años, cogía dinero, me subía a una bici que me había mandado mi abuela desde Alemania y salía a la calle, por ahí, sin ningún tipo de control.

¿Tenía algún amigo?

-Algún amigo sí tenía, sobre todo uno que se llamaba Bashir. Cogíamos las bicis, íbamos a las montañas, comprábamos algo, con una libertad total.

Se publicó que incluso estuvo con su padre en Indonesia.

-Es que, una vez que ya estábamos en Yemen, también viajamos a Pakistán, Líbano y Yakarta.

¿A qué iban?

-No lo sé. No sé si quería despistar a la policía. En Líbano por las noches escuchábamos las bombas cerca, y a Yakarta no sé a qué fuimos, pero allí enfermé de tifus. Tenía mucha fiebre y me llevaron al hospital. Nos llevamos un susto gordo.

¿Tenía la sensación de que estaban siempre huyendo?

-La sensación es de que íbamos siempre con tensión. Íbamos por la calle y, en cuanto veíamos policías, mi padre me cogía de la mano. Parecía que siempre íbamos huyendo y, de hecho, en una ocasión en la que yo estaba en la casa de un jeque, mi padre venía por la calle y aparecieron varios policías que intentaron apresarle. Esa escena la vi. Se montó un jaleo con mucha gente, una pelea. Mi padre se escapó, volvió a casa y, por una especie de laberinto, huimos al monte. En Yemen tenía la sensación de que todo el rato estibábamos huyendo.

Porque su padre estaba en búsqueda y captura.

-Sí, sí.

Y usted no lo sabía.

-No sabía pero veía que no había tranquilidad. Todo lo que hacía lo hacía de manera premeditada, viendo si había policías o no.

¿Se dio cuenta desde el principio de que su padre había huido con usted sin el consentimiento de su madre o era imposible saberlo? Usted tenía seis años.

Con seis años te manejan como quieren. A los dos meses de estar en Yemen no me había olvidado de mi madre, pero sí que su imagen había pasado a un segundo plano. Estás con un persona que cuida de ti y tienes que estar bien con esa persona. En un año, que fue el tiempo que estuve con mi padre en Yemen, no te olvidas de tu madre y tu familia, pero te adaptas a ese sitio con nuevas costumbres, nuevas gentes€ Tanto tiempo sin ver a tu madre... Mi padre, además, no hablaba nada de ella.

¿Sabía que su madre le buscaba?

-Al año o así sabíamos que estaba por Yemen. Mi madre no sabía si estábamos vivos o no. Mi madre le mandó un correo a mi padre y mi padre le contestó. A través de un amigo, mi madre consiguió saber que ese correo procedía de Yemen y viajó hasta allí.

Pero sin la certeza de que estaba su hijo allí.

-Yo, antes de que me entregaran a mi madre, sabía que ella estaba allí. De hecho, hubo veces que vi a mi madre pero acompañado por el jeque al que me entregó mi padre y rodeado de armas. Yo estaba con ella y luego ella se iba. No tengo conciencia plena de todos los tiempos, pero sí recuerdo eso. La cultura allí, además, era distinta. Con seis años disparaba a campo abierto y un poco antes de que detuvieran a mi padre, él me iba a comprar una Kalashnikov. Allí había niños que en lugar de una mochila llevaban una AK-47.

¿Cómo recuerda el momento en el que se encontró con su madre pero sin que aún se hubiera resuelto el problema?

-Eran momentos de tensión porque mi madre en ese momento era la mala y mi padre, el bueno. Yo no podía mostrar mucho interés por ella porque sentía que el que me cuidaba y tenía la situación en control era mi padre. Tenía ganas de verla, pero con miedo, tensión€

Su madre removió Roma con Santiago para encontrarle. Entonces no era tan sencillo como podría resultar ahora.

-Todavía hoy no sé cómo nos encontró. No sé qué objetivo tenía mi padre, pero lo tenía todo muy bien montado. No improvisó. Sabía que tenía que ir a esa cultura, cuándo, cómo€

Al final llega el momento en que su madre lo recupera.

-Hubo un momento, cerca de un mes, en el que encarcelaron a mi padre. Estuve un mes aislado como en una comuna. Estaba solo, ni con mi padre ni con mi madre. En ese mes, cuando ya intentaron cerrar todo el asunto y que el último jeque me entregara a mi madre, ahí ya sabía que no estaba mi padre y vi que la situación era diferente. Vi a mi tío Rubén y a mi madre, y vinieron adonde yo estaba. Tenía miedo de irme con ellos, pero vino mi tío con un coche eléctrico para animarme. Si vienes con nosotros, te dejamos jugar con el coche, me dijo. Nos fuimos a un hotel, estuvimos día y medio y luego ya volvimos a Legazpi vía Burdeos. Aquí ya nos reencontramos con la familia.

Dicen las crónicas de entonces que estaba deseando a la vuelta comer chucherías y estar con sus primos.

-Fue un cambio radical.

Llegó a Legazpi y poco a poco fue adaptándose.

-Mi madre vendió la casa en Donostia porque en toda aquella operación se gasto una millonada y decidió que fuéramos a Legazpi, porque la mayoría de la familia vivía allí y estaría más arropado. La vuelta fue difícil porque vine hecho un bicho. Había tenido toda clase de libertades, no había ido al colegio, comía con las manos. Estuve un año o dos con clases de apoyo casi todos los días para recuperar los tres años que había perdido. Había una chica en Legazpi que me ayudó mucho. Yo iba a la ikastola y ella me ayudaba a recuperar todo.

Su infancia transcurrió entonces en Legazpi.

-Sí, desde los siete años hasta primero de la ESO, cuando nos trasladamos a Donostia. Hice Bachiller en Donostia, en Mundaiz. Fue una decisión acertada. Una vez recuperado y con el nivel académico ya bien, mi madre no quería que me quedara en un pueblo en el que igual me quedaría marcado por lo que había pasado. Quisimos empezar la vida de cero en Donostia.

¿Necesitó en todo ese proceso ayuda psicológica?

-Algo sí, pero tampoco mucho. Fue más la labor de mi madre.

¿Qué le cuenta su madre de todo aquello?

-Dice que cuando volví de Yemen, ella flipaba. Al principio, en Yemen, hablaba conmigo en alemán porque yo con mi padre hablaba en alemán. Cuando llegué no sabía hablar una palabra en español. Inglés aprendí en Yakarta. Flipaba con cómo comía, lo inquieto que era, nervioso. No sabía relajarme.

Para ella fue una etapa muy dura de su vida.

-Ahora está muy bien, con otra pareja y se ha ido a vivir a Tenerife. Está muy bien. Pero estas situaciones te hacen madurar mucho. Y ella me ve bien, con dos carreras acabadas, con madurez.

¿Ha tenido contacto con su padre en este tiempo?

-A los 3-4 años de volver de Yemen, cada 2 o 3 meses nos veíamos en un punto de encuentro. Le veía, pero la relación con él ha sido siempre compleja. Tú quieres algo de alguien que es tu padre biológico y esperas ciertas actitudes, intereses y cuidados por ti, pero no los ves. Te da un poco de pena. De vez en cuando me escribe algún correo y una vez le fui a visitar a Alemania con mi novia, pero no tengo esa sensación de que es mi padre. Esa función de padre la he buscado en otras personas como mis tíos o la gente con la que trabajo.

Cambió el orden de sus apellidos.

Sí, lo decidí a los 18-19 años. Realmente me sentía más Emparanza que Baumgart.

Entonces no eran tan habituales casos como el suyo, de custodia compartida con problemas entre los progenitores. ¿Suele seguir este tipo de casos?

-Hubo al poco tiempo un caso parecido con otra familia y les estuvimos ayudando.

Su madre se volcó en su búsqueda.

-Sí, pero acabó muy cansada y luego no quiso entrar en polémicas de medios, entrevistas€ Quiso cerrar aquella etapa para no generar más problemas. Rehizo su vida, me ha educado lo mejor que ha podido y estamos súper bien. La pérdida de esos años sin escuela luego no me ha perjudicado y, de hecho, he completado dos carreras, me dedico a lo que me gusta... Y eso ha sido gracias a ella, que es la que ha costeado todo. Ella es la artífice. La familia ha ayudado pero la que ha estado ahí todos los días ha sido mi madre.

Tuvieron un gran apoyo de su familia.

-Un apoyo pleno. Mis tíos Rubén y Ángel fueron a Yemen, y el resto se volcó en gestiones y económicamente.

"La vuelta fue difícil. Vine a Legazpi hecho un bicho. No había ido al colegio, comía con las manos..."

"En Yemen siempre tenía la sensación de que estábamos huyendo, de que íbamos con tensión"

"Mi madre quiso cerrar aquella etapa. Rehizo su vida y me ha educado lo mejor que ha podido"