- No existe una pauta universalmente aceptada para saber cuál es el mejor tratamiento antivírico para pacientes con COVID-19. Sí hay múltiples ensayos clínicos en marcha, "que probablemente nos den resultado en un mes", según avanza José Manuel Porres, jefe de Servicio de Medicina Intensiva del Hospital Universitario Donostia.

¿A qué ritmo trabajan estos días?

-De modo intenso, más aún con esos trajes de autoprotección que para el personal son tan imprescindibles como incómodos. No es fácil trabajar con máscaras. Dan mucho calor, lo que exige un esfuerzo físico y temporal superior al habitual. No solo me refiero a médicos y enfermeras, sino a las auxiliares, celadores, limpiadoras... Todas duplican su dedicación estos días.

Incomoda autoprotegerse tanto, pero esta amenaza invisible no ofrece alternativa...

-Sin duda, y no solo por uno mismo, sino para evitar ser un vector de contagio hacia otros pacientes. Intentamos trabajar con el máximo rigor, siguiendo las instrucciones de las sociedades científicas, del Ministerio de Sanidad y de los organismos oficiales de protección.

Son 45 pacientes ingresados en la UCI a día de ayer. ¿Demasiados?

-Sí, hemos tenido que ocupar prácticamente el 100% del servicio de medicina intensiva con pacientes de COVID-19. De hecho, la UCI tiene 48 camas destinadas a ellos. El resto de usuarios han sido derivados a otras unidades, como se contempló en el plan de contingencia.

Con el 100% de las camas ocupadas, ¿qué escenario se plantea en las próximas semanas?

-En realidad, debido a las circunstancias actuales, las previsiones son poco previsibles. Eso sí, percibimos ciertos cambios. Si la semana pasada hubo de tres a cinco ingresos diarios, esta hemos atendido cada jornada uno nuevo, o incluso ninguno ayer (por el jueves). No se pueden lanzar las campanas al vuelo, pero sí parece que los ingresos no crecen al ritmo que lo venían haciendo. El problema con este tipo de pacientes en la UCI es que sus estancias son muy prolongadas. De media, permanecen entre tres y cinco semanas. Eso quiere decir que estamos al borde, que no tenemos mucha más capacidad, aunque no hayamos llegado al cierre de la unidad.

¿Y si se diera un nuevo incremento?

-Está contemplado el uso de los recursos del Servicio de Anestesia. Los pacientes pasarían a una ubicación de quirófano. Ahora mismo, si hubiera tres nuevos ingresos, el tercero tendría que ser atendido en quirófano. Es, en cualquier caso, un escenario previsto y contemplado.

¿Cuál suele ser la ocupación habitual en la UCI más allá de la situación excepcional de estas semanas?

-En torno a unas 35 camas de media. Con la gripe estacional también estuvimos con todas las plazas ocupadas y tuvimos que derivar a pacientes a otros centros. El problema es que, como digo, los pacientes que hemos solido atender no tienen el nivel de exigencia que presentan los afectados por COVID-19. Por eso ha sido necesario contar con una persona más de guardia.

¿En qué situación llegan los pacientes?

-Todos vienen con insuficiencia respiratoria. Ese es el motivo fundamental de ingreso, que requiere intubación. Habitualmente presentan una neumonía bilateral grave con insuficiencia respiratoria severa, todo ello junto a síntomas añadidos.

¿Y se van recuperando? ¿Han dado altas?

-Ayer (por el jueves) dimos de alta a un paciente aquejado de una enfermedad severa, por la cual había estado tiempo ingresado con ventilación mecánica. No hicimos ninguna celebración, pero te deja una gran satisfacción y alegría.

Salvar una sola vida justifica cualquier esfuerzo...

-Sí, nuestra rutina diaria es atender a enfermos graves agudos. Estamos acostumbrados a los éxitos y los fracasos, pero con estos pacientes tan novedosos es una satisfacción añadida dar de alta a alguien. El debut de altas comenzó ayer (por el jueves) y en los próximos días habrá más.

Hay personas mayores que estos días han escuchado de todo, como que se les iba a dejar morir por falta de camas o de recursos suficientes. ¿Qué mensaje trasladaría?

-Estamos cerca de la ocupación máxima, pero en el hospital nunca ha habido el problema que se ha planteado en otras comunidades. No se ha llegado en ningún momento a esa dramática disyuntiva de tener que escoger entre dos pacientes por disponer de un solo respirador. En cualquier caso, en todo tipo de medicina existen conceptos éticos como el de la futilidad de tratamiento y el empecinamiento terapéutico. Es decir, hay situaciones en las que, hagas lo que hagas, no vas a tener éxito, lo cual plantea dilemas éticos que son abordados desde hace muchos años. En cualquier caso, no estamos estos días ante esa tesitura, lo que cual aporta una tranquilidad enorme.

¿Qué tratamiento médico utilizan para recuperar a los pacientes?

-Ahora mismo no hay una pauta universalmente aceptada para saber cuál es el mejor tratamiento antivírico para estas personas. Hay múltiples ensayos clínicos en marcha que probablemente nos den resultado en un mes. Utilizamos fármacos recomendados por la literatura, con la dosis adecuada. Nuestro mayor esfuerzo se centra en mantener al paciente el tiempo suficiente para que se cure. Hay que suplir todo lo que no funciona. Si falla el pulmón, por ejemplo, se le conecta un ventilador mecánico, o una hemofiltración si es el riñón el que da problemas. Hay muchas opciones, y en esta unidad hay profesionales investigando sobre esos ensayos clínicos que están en marcha.

La primera afectada por coronavirus que ingresó en el Hospital de Mendaro comentaba que se va recuperando gracias a un tratamiento utilizado con pacientes de VIH...

-Al ser un virus, se utilizan tratamientos antivíricos, y es cierto que los más probados y conocidos están relacionados con el VIH. Les pedimos autorización antes de someterles a cualquier tratamiento, como exige el respeto al principio de autonomía del paciente, y más aún en estas circunstancias en las que no hay un consenso universal.

Más allá de las camas, ¿cuentan con el material suficiente para desarrollar su trabajo?

-Los respiradores se han convertido en el tema estrella, pero aquí nunca ha habido problemas en ese sentido. Respecto a las mascarillas y los equipos de protección, no disponemos al 100% de todo lo que quisiéramos, pero ni aquí ni en el resto del mundo. Eso nos obliga a hacer un uso ahorrador del material, lo cual no quiere decir que estemos improvisando delantales con bolsas de plástico, como se ha visto en otros lugares. No es una situación ideal, pero tampoco de desprotección.

¿La persona más joven atendida estos días?

-Unos 35 años...

De modo que no siempre afecta a mayores...

-No exclusivamente. Se dice también que no entraña peligro para los menores, pero se han visto casos de niños afectados. Aunque es mucho más habitual por encima de los 60 años, sobre todo si están aquejados de enfermedades crónicas, nadie está protegido de la enfermedad al 100%.

¿A qué se puede atribuir que haya una menor incidencia de la pandemia en Gipuzkoa respecto al resto de territorios vascos?

-Es una pregunta que nos hacemos todos: por qué hemos tenido la suerte de que nos afecte menos. Al igual que ocurrió en Bizkaia, que acabó superando a Araba, pensaba que en Gipuzkoa era cuestión de tiempo, que íbamos con retraso y que se acabaría expandiendo. Pero no parece que vaya a ser así. Han transcurrido los días y por el momento no vemos ese incremento. Quizá haya razones geográficas, de tipo social... la verdad es que no sabemos exactamente a qué obedece.

¿Ha detectado alguna comarca especialmente afectada a juzgar por el volumen de atenciones?

-Inicialmente se percibió algo más de incidencia en Arrasate, en la comarca de Debagoiena. Pacientes que, por cierto, no dependen de nuestro hospital sino del de Txagorritxu. Pero en realidad están viniendo de todos los puntos del territorio, y no hay ninguna zona que sea especialmente llamativa

¿Hay alguna imagen que se le haya quedado grabada en la retina estos días?

-La congestión de los médicos y enfermeras cuando se quitan los equipos de protección. El rostro enrojecido y marcado por las gomas. Me parece muy duro trabajar así durante una hora seguida. Después de tantos años de ejercicio, hemos visto muchas cosas y estamos preparados para casi todo, pero en este caso llama la atención las ganas y dedicación con la que está trabajando la gente.

¿En qué medida repercute esta situación laboral en el personal sanitario?

-Plantea casi una dicotomía. No voy a decir que haya miedo, pero sí precaución y preocupación respecto a un posible contagio. Aquí trabajan sanitarios jóvenes que tienen niños pequeños, empleados que regresan a casa con sus familias. Indudablemente, hay preocupación. Pero a su vez es destacable el nivel de altruismo de los profesionales. Si es necesario, se apuntan las guardias, o vienen un domingo por la mañana. Están trabajando muy por encima de lo habitual y se escuchan pocas quejas.

¿Hay en el servicio sanitarios contagiados que hayan tenido que cogerse la baja?

-Muy al principio, y por un caso concreto de una paciente de la que no se sospechó que pudiera tener COVID-19, hubo dos o tres personas en cuarentena. Pero después no ha habido absolutamente nadie que se haya infectado. Intentamos ser exquisitos y escrupulosos con la protección, lo que exige un gran esfuerzo, aunque la causa lo merece.

¿Qué recomendación lanzaría a la ciudadanía para que nadie acabe en la unidad que dirige?

-Estamos ante una enfermedad nueva de la que vamos conociendo vías de contagio. Se insiste en ello porque es muy importante: lavarse las manos, porque a pesar de que haya un alto porcentaje de pacientes con una enfermedad leve sin consecuencias, en otros casos el desenlace es muy serio.

Hay personas desconcertadas porque, ante una enfermedad asintomática, pueden ser portadores del virus sin ser conscientes de ello...

-Parece bastante claro que está siendo así. De hecho, la incidencia en todos aquellos países donde se hacen muchos test de detección es más alta. Probablemente haya un sector de población asintomático y transmisor, de ahí la importancia de las medidas de aislamiento y distanciamiento.

¿Pero no cree que resulta imposible detectar todos los casos?

-Por eso las medidas de aislamiento tienen que ser indiscriminadas. No puedes aislar a un colectivo y dejar libre al resto, teniendo en cuenta que hacer test de manera universal es una utopía. Hay que tener sentido común. Responsabilizarse y evitar cualquier contacto sospechoso.

¿Qué horizonte plantea esta pandemia?

-Toda pandemia tiene una expansión, una regresión y desaparece en la medida en que la población se va inmunizando. Todavía no conocemos el grado de inmunización concreta que van a tener quienes vayan superando la patología. La vacuna es una hipótesis a un año vista, o incluso más. Veremos qué pasa con el COVID-19, pero no es descartable que surja un COVID-21, como ha ocurrido con otras pandemias. Pasaremos esta crisis, pero llegarán otras. Quizá nos haga cambiar la manera de entender este tipo de riesgos sanitarios. Eso que se nos hacía tan extraño, como ir con mascarilla por la calle, podría generalizarse, aunque ahora mismo me parece exagerado por nuestro estilo de vida.

Se han convertido en el pilar fundamental en el que están depositadas todas las esperanzas. ¿Reconforta o pesa la responsabilidad?

-Siempre reconforta el reconocimiento del trabajo, pero lo bueno sería que no nos olvidemos de lo esencial. Que las personas no descuiden su protección, y que se ponga en valor el sistema sanitario en su conjunto, desde los celadores y encargados del mantenimiento de los hospitales a médicos y enfermeras. Hay que cuidar el sistema, porque es el que te cuida cuando hace falta. El problema es que la memoria humana es limitada y cuando hay que reducir gasto, se recorta en materia sanitaria, como ha ocurrido en otras comunidades estos años atrás.

Cuesta pensar que se vaya meter la tijera después de todo esto...

-Insisto: la memoria humana es de corto recorrido... (sonríe).

"Estar al borde no quiere decir que hayamos cerrado la unidad, pero los pacientes necesitan permanecer aquí de tres a cinco semanas"

"El jueves dimos de alta al primer paciente aquejado de una severa enfermedad; deja una gran satisfacción, y habrá más en los próximos días"

"El personal está trabajando muy por encima de lo habitual, y a pesar de todo se escuchan pocas quejas; hay un alto nivel de altruismo"

"Llama la atención ver los rostros enrojecidos de médicos y enfermeras cuando se quitan los equipos de protección. Es muy duro trabajar así"