ucedió de sopetón. Tanto como acostarse de pintxopote el jueves por la noche y amanecer a la mañana siguiente en estado de alerta por el coronavirus. En un abrir y cerrar de ojos, Gipuzkoa se ha topado con una realidad que va a cambiar el día a día de sus 723.000 habitantes durante un tiempo y buena parte de ellos demostraron ayer que ya se están remangando para la tarea. El mensaje ha calado. Filas en establecimientos para hacer la compra del día, un metro de separación entre las personas en marquesinas y bares, y pocos niños en las calles, desangeladas, pese al cierre de los centros educativos. Gipuzkoa en standby, a la espera de una señal. Esta es la crónica de uno de los viernes más tristes que se recuerda.

"Han venido los (policías) municipales y han acordonado el parque de debajo de casa; creo que los están cerrando todos". El mensaje nos llega al móvil acompañado de fotos. Son instantáneas tomadas en Beasain, impensables hace poco. Pero se repiten en muchos rincones de Gipuzkoa: parques infantiles acordonados en Ordizia, Hernani, Oiartzun y otros muchos municipios. No así en otros, como Donostia, sin apenas niños, sin vida, pero abiertos al público.

El panorama llegó a ser desolador en algunas horas de la mañana en la capital guipuzcoana, triste en general, incluso por la tarde. La plaza Araba y su parque infantil, en Amara Zaharra, daba buena muestra de la situación a las seis de la tarde, con solo un niño con su madre y cinco adolescentes haciendo el gamba en una esquina. Nada que ver con la multitud de familias que acostumbra a haber cualquiera día, y más un viernes, con 13 grados a las seis de la tarde.

Desde primera hora de la tarde ya se veía que no era un viernes normal. Sin apenas gente en Alderdi Eder a las 17.00 horas, pese al atractivo de La Concha y una temperatura agradable. Cinco niños y seis adultos solamente, más unos pocos paseantes. El escenario no cambia mucho en la zona del puerto, ni en el Boulevard, ni en la Parte Vieja. La gente se cruza manteniendo las distancias. No se ven apenas mascarillas, pero sí rostros de contrariedad, de reserva. Un grado de desconfianza.

A las 17.05 horas, uno de los cuatro bares abiertos en la plaza de la Constitución, en la Parte Vieja donostiarra, está a punto de cerrar. Una trabajadora recoge la terraza. En las otras tres, muy poca gente. Diez personas en una de ellas, ninguna en las otras dos; tres hombres, amigos aparentemente, se toman un trago junto a la puerta de uno de ellos, en triángulo, manteniendo un metro de distancia. Hablan del coronavirus.

El Boulevard también presenta un aspecto triste. Hay 20 personas en la terraza de uno de sus cafeterías de referencia, al sol, junto al quiosco, pero en el resto de terrazas la estampa es desoladora. Una persona sola en algunos casos... dos, tres en otras. Hay mesas libres por todas partes. El paseo por lo Viejo nos deja fríos.

Cambiamos de aires. Entramos a tomar un café en otro establecimiento de referencia de la plaza de Gipuzkoa. Son las 17.35 horas. La barra está ocupada. No es que haya mucha gente, pero si queremos respetar el metro de diferencia, tampoco hay muchas opciones a la hora de pedir. La mayoría de mesas, sin embargo, están libres. Y en la terraza solo hay ocho clientes, dispersos.

"Dos cortados", pedimos. Entra un hombre y se coloca al lado; dos clientes que charlaban en ese punto le miran de reojo. El recién llegado tose y se cubre con la palma de su mano, justo como no hay que hacerlo. Siguen siendo actos reflejos, pero no pasan desaparecidos para otra pareja de clientes que está cerca. Ni para la camarera, que despacha dos cortados y una caña. Tras el mostrador, guarda un bote de jabón multiusos en spray. Dice que hay poco movimiento: "A la mañana, nada; y ahora poca cosa, aunque parece que se quiere mover algo", precisa. Son las seis menos cuarto. No es un día normal.

Ya fuera, pasa un autobús articulado de Dbus con solo dos personas. Lejos la una de la otra, y lejos del chófer ambas. Cerca, Zara, Mango y otras conocidas tiendas de ropa acaban de cerrar sus puertas al público. Han estado abiertas, casi sin gente, pero bajan la persiana a una hora inusual. "Nos han dicho que cerremos a las seis", reconoce un trabajador.

Cerca, en otra calle céntrica, desangelada también, llama la atención una veintena de personas haciendo cola, guardando un metro de distancia las unas con las otras. Van a comprar café. También hay colas en los estancos. "La gente se piensa que los van a cerrar", asegura uno de los clientes que espera su turno. Es la Gipuzkoa del coronavirus.

La policía local de muchos municipios guipuzcoanos pasó a precintar los parques infantiles; en Donostia no, pero estaban casi vacíos