Algo tan básico como dar de comer saludablemente no debería ser cuestionable bajo ningún concepto, pero la isla griega de Lesbos, donde se hacinan miles de refugiados, se ha convertido en escenario diario de dolor y sufrimiento. La mala nutrición aboca a los menores a una suerte de muerte lenta, algo que viene sucediendo en el campo de refugiados de Moria, donde las pésimas condiciones de vida son fiel reflejo de una política migratoria europea que hace aguas. "Parece que la emergencia está exclusivamente en rescatar a estas personas del mar, pero después de esa travesía tan dramática llegan a tierra y encuentran unas condiciones infrahumanas". Los integrantes de Zaporeak Peio García Amiano, su hermano Zazpi e Iñaki Alkiza ofrecieron ayer en las Juntas Generales de Gipuzkoa un relato desgarrador de un conflicto que corre el riesgo de caer en el olvido, a pesar de no estar ni mucho menos resuelto. "Incluso hay niños de cinco y seis años que se plantean el suicidio". Son las condiciones en este campo de refugiados, que fue construido para albergar a 2.840 personas, y en el que viven hoy cerca de 20.000 migrantes.

El proyecto humanitario que nació entre unos amigos del barrio donostiarra de Intxaurrondo, apasionados por la gastronomía, ha cumplido ya cuatro años. Sus fundadores han anunciado recientemente que dejan la primera línea de fuego para ceder el testigo a otros integrantes, pero el proyecto continúa, y ayer alzaron sus voces para alertar de que la situación sigue siendo muy dura cuatro años después. "Cuando empezamos a ofrecerles las primeras comidas en Grecia, sus estancias eran cortas, estaban de paso. Ahora, tras el bloqueo que supone el acuerdo con Turquía, empiezan a resignarse, a darse cuenta de que se han quedado en territorio de nadie. Admiten que van a tener que quedarse a vivir ahí, en tiendas de campaña, entre barro y olivares", lamentaron los hermanos Amiano.

La tensión en la zona va en aumento, con el auge de la derecha en el gobierno heleno y miles de proyectos migratorios frustrados. A principios de mes se difundieron imágenes de protestas de los refugiados, que denunciaban las pésimas condiciones en las que viven en el campo. El complejo de Moria forma parte de unas instalaciones militares que se adaptaron para acoger a migrantes durante la crisis de 2015, cuando casi un millón de ciudadanos sirios llegaron a Europa huyendo de la guerra civil en su país. Con el tiempo, el recinto se ha quedado pequeño.

A las afueras se ha creado una especie de segundo campo donde miles de personas viven en tiendas de campaña o resguardados por los materiales que hayan podido encontrar. Zaporeak acudió ayer a las Juntas Generales para sensibilizar a la sociedad, informar y pedir ayuda para que su labor continúe adelante.

Un trabajo que no se ha tomado un respiro, incesante, desde que salió la primera furgoneta con material hacia la isla de Chíos. Son más de un millón y medio de comidas las que han repartido durante los últimos cuatro años un total de 800 voluntarios, entre quienes hay lista de espera para ayudar.

De patrimonio, el móvil

Son más de 100.000 kilos de legumbres, 80.000 de arroz y pollo... Un repaso al listado de productos permite advertir la tremenda labor humanitaria que despliegan. Desde que Europa selló su acuerdo con Turquía para detener el flujo de migrantes, Zaporeak ha tenido que redoblar esfuerzos para atender a una población diezmada, que llega a Grecia sin nada. "Lo único que portan es el móvil. Puede causar cierta sorpresa que estén a punto de ahogarse y a pesar de ello no suelten el aparato. No se desprenden de él porque les resulta vital para estar en contacto con sus familiares", expusieron.

No es lo mismo dar una comida puntual para una persona que está de paso que hacerlo en un asentamiento. De los 20.000 migrantes que se reparten en Moria, más de 8.000 son menores. "A estos niños no podíamos estar dándoles siempre legumbres. Para adecuar la dieta a sus hábitos, ha habido que ir introduciendo de ocho a nueve especias que ellos utilizan en grandes cantidades".

Se cumple esta semana un año desde que trabajan en Lesbos, donde el Gobierno heleno no ha dejado de poner trabas. Actualmente preparan unas 2.000 comidas diarias.

Toda ayuda es poca ante la superpoblación de Moria, que tiene graves consecuencias. La mayoría de familias viven hacinadas en tiendas de campaña muy precarias cuando, por estas fechas, las temperaturas pueden llegar a los 0°C por la noche. "Antes disponían de una ducha y un baño por cada 80 personas. Era la época en la que había 7.000 refugiados en el campo, cuando ahora son 20.000". Los menores soportan los rigores del invierno en iglús y barrizales. "Siempre hemos dicho que no nos dedicamos a llenar estómagos, sino a transmitir cariño", apuntaba ayer Zazpi García Amiano, preocupado porque, lejos de mejorar, la situación se agrava cada día que pasa. "Nos lo ha comunicado el servicio psicológico de Médicos Sin Fronteras. Hay niños que se plantean el suicidio", alertó.

La asociación centra sus esfuerzos en atender a la población más vulnerable, como diabéticos y embarazadas. "De no atenderles, morirán por desnutrición. Seguiremos ayudando hasta que podamos. Nos necesitan. No nos ponemos largos plazos pero llevamos ya cuatro años de trabajo y esto va para largo", señalaron.