La primera vez que recibió el regalo, hace ya unos años, era un interno en la prisión de Martutene enfadado con el mundo, de los que pensaba que "la gente solo viene a joderte". De hecho, cuando abrió la bolsa ni siquiera agradeció el gesto. No tenía ni idea de que tras aquel gesto navideño había personas que, entregando su tiempo, se habían dedicado en cuerpo y alma a preparar bolsas y más bolsas con turrones, prendas y detalles en unas fechas que no suelen ser las más propicias para la población penitenciaria. Cosas de la vida, qué poco tiene que ver aquel hombre con el que ayer preparaba como un voluntario más esas bolsas de Olentzero que la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis entregará el martes a 219 internos. "La gente debería conocer el trabajo que se hace. Yo que estuve dentro, hoy valoro como nadie ese trabajo y ayudo en lo que puedo", admite el hombre.

Le acompaña Martín Iriberri, capellán de la cárcel de Martutene, y Karmele Amundarain, que acumula dos décadas de trabajo desinteresado y constante en favor de la población reclusa. El lugar de la charla es un local ubicado bajo la parroquia del barrio donostiarra de Loiola. Es el centro de operaciones en estos días un tanto ajetreados en los que van tomando forma los regalos, con bolsas que incluyen chancletas, tabaco, mecheros, camisetas, calzoncillos, bragas, calcetines, cortaúñas o cualquier otro producto necesario.

Son días especiales, pero aquí se trabaja durante todo el año, con un servicio de ropero del que se han beneficiado unas 150 personas durante 2019. Hay quien entra en la cárcel con lo puesto, sin redes familiares, y si no fuera por este servicio que complementa al que presta Instituciones Penitenciarias se quedarían en medio de la nada. Amundarain agradece la respuesta que están recibiendo estos días. "Hemos recibido ayuda desde todas las parroquias de Gipuzkoa. Todo estará listo para el 24, y aquí estaremos organizándolo incluso el Día de Santo Tomás", dice sonriente.

La Pastoral aporta siempre un plus de proximidad, porque no es precisamente un camino de rosas el que aguarda a los internos. El hecho de que este voluntario quiera mantener su anonimato es una elocuente muestra de los prejuicios que siguen pesando. No quiere dar su nombre porque ha perdido dos empleos tras reconocer que ha estado en prisión. "No me avergüenzo de ello y siempre he ido con la verdad por delante. No tengo nada de lo que ocultarme, pero hay quien te juzga por ello, y si no fuera por estas personas no sé qué habría sido de mi", dice mirando a Karmele y Martín.

Tras haber recuperado su libertad mantiene un estrecho vínculo con quienes en su día le tendieron la mano. De hecho, reside en Loiolaetxea, que nació hace ya casi dos décadas fruto de la reflexión de entidades sociales jesuitas en el País Vasco, que vieron la necesidad de crear un recurso orientado a la reinserción penitenciaria en Gipuzkoa.

En consonancia con todo ello, no es casual el lema elegido este año: Después de la cárcel, es el momento de la comunidad. Un nuevo modelo de atención que nace de la convicción de los 90 voluntarios de la Pastoral Penitenciaria, que forman parte de la Pastoral Sociocaritativa de la Diócesis, junto a Cáritas y la Pastoral de la Salud. "No queremos limitarnos a realizar una labor asistencial en el interior del penal", señalan. Hace falta acompañar y facilitar ese difícil tránsito del recluso hasta que deja de serlo. Y apoyar entretanto a sus familias, hasta normalizar sus vidas. "La salida de la cárcel es un reto, y no solo hace falta apoyo cuando están dentro, sino al salir y descubrir que la vida sigue y hay que enfrentarse al día a día", incide Iriberri.

La mitad de los voluntarios acuden semanalmente a las cárceles de Martutene y Zaballa, donde traban contacto directo con los internos. El resto realiza labores de acompañamiento a familiares y reclusos que han pasado a sección abierta. Reciben para ello una formación específica. "Es importante superar esa visión de que los internos solo reciben ayuda", insiste el capellán de Martutene, mirando al voluntario. "Sin duda. Cuando cumplía condena yo no conocía toda esta labor. Llevo un año echando una mano, y esto va para largo", responde humildemente el hombre que, aunque en su día estuviera enfadado con el mundo, en el fondo valoraba que le escucharan. "Simplemente, cinco minutos de charla un domingo con algún voluntario era como un regalo. Poder hablar con alguien que había venido expresamente a escucharme, me hacía sentirme libre, olvidarme de dónde estaba, aunque solo fuera por cinco minutos", reconoce el hombre, que pone el acento en las necesidades especiales que tienen quienes cumplen condena sin redes familiares.

La pastoral ha ofrecido este año apoyo económico a 165 internos. Se trata de una modesta cuantía de diez euros semanales, la mitad de los cuales se van en la tarjeta necesaria para hacer llamadas telefónicas. El resto, en tabaco y en algún que otro café. Esta "cárcel de proximidad" de que acoge actualmente a cerca 200 presos de segundo grado y otros 60 en medio abierto presenta dos caras: sus viejas instalaciones exigen a gritos la necesidad de readecuarlas a las nuevas necesidades. Pero a su vez, la ubicación del centro penitenciario en medio del entramado urbano facilita la labor de tantas entidades sociales, que traban contacto diario con los reclusos, una cercanía que podría diluirse en la nueva prisión proyectada.

Planes de futuro. Centro Norte III. Redacción del proyecto

El Ministerio del Interior confirmó a comienzos de año que ha incluido la nueva cárcel de Zubieta dentro de los planes de mejora de infraestructuras de seguridad, junto a un Centro de Inserción Social (CIS) para los reclusos en tercer grado y los que cumplan medidas alternativas. El cierre de Martutene solo tendrá lugar cuando concluya la obra.

Por el momento está licitada la redacción del proyecto. El nuevo centro penitenciario Norte III ofrece unas características que lo hacen único en el Estado. Sus reducidas dimensiones por debajo de las 300 plazas le sitúan lejos de las macrocárceles que se han diseñado durante los últimos años. Se trata de una prisión modular que permite una mayor separación de los reclusos, donde cada uno dispondrá de su propio espacio incluyendo a su vez habitáculos comunes.

El capellán de Martutene valora positivamente que incluya un CIS porque permitirá cumplimientos alternativos a segundos grados, incluirá espacios de acompañamiento terapéutico y más talleres que los actuales. El voluntario que en su día cumplió condena se muestra conforme y añade: "Ahí dentro es importante que haya talleres, que puedas aprender un oficio, por lo menos como una mínima carta de presentación para cuando tengas que salir a la calle y puedas acreditar ciertos conocimientos de algún oficio".

Todo apoyo es poco, dice que hace mucho frío ahí fuera, que uno se siente tan vulnerable cuando recupera la libertad que incluso lo más cotidiano puede convertirse en un problema insalvable. "Recuerdo que el primer día me daba miedo ir solo a Lanbide. Si no llego a contar con ayuda creo que finalmente habría tirado la toalla volviendo a las andadas". Ha aprendido a valorar las cosas, y a día de hoy disfruta echando una mano, como hicieron con él en su día. El capellán admite que a muchos reclusos les invade un sentimiento de culpa que solo se cura con el tiempo. Entre calcetines, mecheros, turrones y camisetas, estos voluntarios dan mucho, pero reciben tanto o más a cambio.