odo lo que va mal, puede empeorar. Bien lo sabe Pedro Sánchez. Hay semanas que es mejor borrarlas del calendario. Argelia sigue beligerante y denigra al ministro Albares sin miramientos; el ansiado estreno del tope ibérico del gas acaba con un tiro en el pie; la deuda pública se hace insoportable a los ojos del BCE y asoma el fantasma veraniego de la prima de riesgo; el precio del combustible alienta rebeliones; y, por supuesto, dos nuevas entregas de la pelea de socios. De un lado, el PSOE pretende parar los pies al negocio de la sanidad privada, pero a Unidas Podemos le parece pusilánime. De otro, Yolanda Díaz quiere gravar cuanto antes a las eléctricas y el ala socialista le dice que espere a los presupuestos. Un puro sinvivir.

Un campo minado para el presidente, impensable en aquellos meses aún recientes de los presupuestos aprobados, el maná de los fondos europeos a la puerta y Pablo Casado tambaleándose en su descrédito. Hoy suena a puro espejismo frente a una realidad cada vez más inquietante por enmarañada, paradójicamente cuando el empleo alcanza sus mejores cotas. Y todavía le queda el trago amargo de la humillante derrota de toda la izquierda en el 19-J andaluz. Incluso, la herida puede ser más hiriente por la irrefrenable tentación de extrapolar a unas generales los resultados de estas urnas, que se antojan palmarios, al compás de una derecha envalentonada a los sones de la canción del cambio de ciclo ya está aquí. No hay quien dé la cara por este Gobierno con una mínima garantía de credibilidad. El ramillete de prometedoras alcaldesas por las que apostó Sánchez después de dilapidar a su entonces guardia pretoriana carece de punch, hasta de malicia. Precisamente ahora, cuando de verdad hay una oposición que hace daño por sus acometidas -vale pulpo como animal de compañía- y desborda la pleitesía mediática a Núñez Feijóo, es el momento crucial para que el puño político del Consejo de Ministros deje huella, se haga notar. Todo lo contrario. Ni está ni se le espera. No hay día sin tregua para vociferar las cansinas diferencias entre los dos socios o embarullarse en polémicas estériles. El desgaste resulta así demoledor, sobre todo bajo el azote inmisericorde de un entorno económico insufrible, especialmente en el ámbito energético, que no parece tener fin a corto plazo. Así las cosas, el resto de legislatura puede ser una tortura. Una angustiosa travesía que solo satisface a quienes se han refugiado en ese incendiario lenguaje populista, acostumbrados a vivir de la carroña y que, desgraciadamente, cada vez les aporta más adeptos al calor de los más desfavorecidos.

Andalucía, ese granero electoral que junto a Catalunya y Madrid decidía tradicionalmente el color del Gobierno español, puede agitar la tormenta desde mañana mismo. El retrato de una izquierda amalgamada doblando la rodilla ante el PP va a resultar estremecedor para ese socialismo tradicional y triunfante desde la Transición que, sin embargo, se ha ido diluyendo entre sus genes cainitas y el despropósito ilimitado de una gestión ensoberbecida. Tampoco Sánchez, incapaz de levantar el ánimo ni enderezar las encuestas, podrá sacudirse la responsabilidad del fiasco. Jamás un presidente socialista ha aportado menos a su candidato.

También se acumulan los dolores de cabeza para Yolanda Díaz. Su presencia en varios mítines durante la campaña andaluza le impedirá abstraerse del naufragio que se augura para su nueva apuesta electoral. Además, sabe en su fuero interno que esta primera aventura deja unas incontenibles ganas de revancha -revelador que Ione Belarra camuflase la unidad haciéndose la foto de familia para luego irse del mitin sin acabar- dentro de esta izquierda progresista. Experimento con gaseosa de una candidatura plagada de egoísmos que siembra demasiadas dudas sobre el proyecto Sumar. No le anda a la zaga la imputación de Mónica Oltra, su auténtica valedora territorial. La vicepresidenta valenciana rechaza dimitir porque entiende que su causa es menos alevosa que la de Camps y así elude sentirse prisionera de sus palabras de abandonar la política cuando la Justicia te señala. Al hacerlo, compromete gravemente su credibilidad -es verdad que la Fiscalía no tiene pruebas, solo indicios-, la estabilidad del pacto del Botànic y el nacimiento del nuevo proyecto político. Demasiado riesgo durante mucho tiempo y en frentes bien distintos a la espera de una sentencia absolutoria. Hasta entonces, un sinvivir. l