on perdón del circo. Lo ocurrido con la aprobación de la "reforma de la reforma" laboral es consecuencia de la naturaleza líquida, más bien gaseosa, de la actual forma de hacer política en este país. El Manual de resistencia de Pedro Sánchez le está dando mucho de sí y ahí va, burla burlando, sorteando los múltiples obstáculos con los que se encuentra en esta azarosa legislatura.

Para ese mismo equilibrio inverosímil en el trapecio ha destinado Sánchez a su emergente vicepresidenta y ministra de Trabajo y Economía, Yolanda Díaz, que ha logrado el milagro de un acuerdo previo primero a tres bandas para transformarlo en once bandas en el momento clave. Modélica práctica de pactar unos días con unos y otros días con otros, sin despeinarse; pasando de la geometría variable a la geometría desmesuradamente variable.

Corramos un tupido velo sobre el vodevil y final de infarto de la votación, con el error inicial del recuento por parte de la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet -partida perdida-, y el error telemático del diputado del PP Alberto Casero -partida ganada-.

En este extravagante episodio han quedado al aire las vergüenzas de casi todos los protagonistas.

Pedro Sánchez, que para asegurarse el apoyo del bloque de progreso en la moción de censura, el acuerdo de Gobierno y su investidura prometió y firmó la derogación de la reforma laboral del PP que impuso en 2012 la mayoría absoluta de Rajoy.

Unidas Podemos, que se ha tragado el sapo de renunciar a esa derogación y dejar el asunto en mera reforma. CCOO y UGT, que también se conformaron con la renuncia a la derogación. La CEOE, que en buena parte recibió la crítica de otras agrupaciones empresariales por haberse bajado los pantalones. El PP, Vox, los residuales Foro Asturias y un prófugo de C's que cuelga de la oposición, que han demostrado una vez más su nula voluntad de apoyar lo que proponga el Gobierno, sea lo que sea. Ciudadanos, subido al carro sólo cuando comprobó que Arrimadas no iba a quedar contaminada por coincidir con los rojo-separatistas-terroristas. El sainete de UPN, cuyos dos diputados no acataron la directriz de su partido y a ver con qué cara se vuelven a casa, con la reprobación subsiguiente del alcalde de Iruña, Enrique Maya.

El PNV, confiando hasta el último minuto en un Gobierno que le chuleó sin ningún recato y uniendo su voto negativo a los votos ERC, EH Bildu, BNG y la CUP, que apostaron por ignorar que "lo mejor es enemigo de lo bueno", dispuestos a renunciar a los indudables -aunque mejorables- progresos de este Decreto y seguir soportando los atropellos de la reforma de 2012.

En fin, toda una función circense en la que no faltaron payasos, funambulistas, aplausos, abucheos y hasta fieras rugiendo desde los escaños.

Esperemos que esta función no lesione de gravedad al bloque de investidura y el Gobierno de progreso pueda culminar la legislatura sin mayores fricciones, porque la alternativa es pésima. No podrá evitarse que este bloque se resienta de las mataduras resultantes del circo, pero ojalá no se llegue al reproche clásico en este tiempo político por haber coincidido en el voto con la derecha extrema y la extrema derecha.