- UPN ha ratificado a Javier Esparza como candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones. No ha habido sorpresas y el presidente del partido ha logrado el apoyo claro, casi unánime del consejo político. La rivalidad de Juan Manuel Rubio, presidente del comité local de Valdizarbe y del que incluso se habían desmarcado sus posibles apoyos dentro del partido, no ha eclipsado un nombramiento que tenía garantizado desde que se impuso a Sergio Sayas con claridad, aunque por un margen más ajustado de lo previsto (58%-42%) en el último congreso del partido.

El regionalismo asume que no son tiempos de mudanza y cierra filas con su presidente, que tendrá manos libres para elaborar las listas electorales. Un proceso siempre tenso en cualquier partido, pero en el que no habrá mayor batalla dentro de UPN. Esparza cuenta con un grupo de confianza en el comité de listas, del que formarán parte María Jesús Valdemoros y Cristina Ibarrola, que ganan peso en la estructura regionalista.

No se esperan por lo tanto cambios importantes en cuanto a los equipos más allá de las renuncias voluntarias que se puedan anunciar en los próximos meses. A falta de que Enrique Maya confirme si continúa liderando la derecha en la capital, todo apunta a que Esparza mantendrá a su núcleo duro en el Parlamento, el mismo que ha confrontado amargamente con el Gobierno de Chivite durante toda la legislatura.

Tampoco habrá cambios importantes en cuanto a la estrategia. No ha habido mayor margen para el acuerdo hasta ahora, y difícilmente lo habrá en un escenario cada vez más polarizado y condicionado por el clima de campaña que se respira ya en el conjunto del Estado.

Las elecciones de Castilla y León del próximo 14 de febrero primero, y las andaluzas después, marcan el inicio de un nuevo ciclo electoral que apunta a los comicios autonómicos y locales de 2023, en los que la derecha hace tiempo que tiene puesto su objetivo. Así que toca seguir pisando el acelerador, y a ver qué pasa.

Queda en el aire, y esa es la gran incógnita que deja la elección de Esparza, si UPN volverá a abrir su lista a PP y Ciudadanos, o si recuperará la sigla histórica para concurrir en solitario. Y ahí la posición no es unánime. La reflexión interna abierta antes de verano, y que en una parte del partido fue interpretada como una delegación de responsabilidades de su líder, ha quedado de momento aparcada sin una conclusión definitiva.

No tiene claro el regionalismo qué le renta más. La plataforma electoral Navarra Suma le ha permitido aglutinar a todo el voto de centro derecha y ha frenado la irrupción de Vox, algo que ha tenido réditos en los ayuntamientos, donde ser la lista más votada facilita mucho el acceso a la alcaldía. El precio sin embargo ha sido alto. UPN ya no tiene siglas propias en las instituciones y su imagen como formación regionalista corre el riesgo de quedar ubicada de forma definitiva en el marco de una derecha española cada vez más radicalizada y centralista.

Sí parece evidente que, al menos, habrá que revisar el equilibrio interno de la alianza para corregir la sobre representación que actualmente tiene Ciudadanos en detrimento de un PP que cabalga en las encuestas en busca de la Moncloa. Así que lo más probable es que, a falta de concretar con qué siglas, UPN acabe volviendo al esquema de alianza histórico con el PP, confiando en que este nuevo ciclo electoral acabará pasando factura al PSOE de Pedro Sánchez y, por extensión, al PSN de María Chivite. Que vaya a ser suficiente para recuperara el poder, es cosa distinta.

Existe la convicción dentro de UPN de que, en el fondo, da igual la estrategia y los candidatos que plantee en las próximas elecciones forales porque los socialistas, si pueden, volverán a reeditar el Gobierno actual. De la misma forma que si las circunstancias le son contrarias, ya sea porque las elecciones dejan un PSN debilitado o porque provocan un vuelco en Madrid, de una u otra forma acabarán facilitando un Gobierno liderado por UPN.

Una certeza que explica la oposición frontal por la que ha optado la derecha en Navarra, arrastrada por la dinámica de polarización que se vive en Madrid, en la que todo vale para atacar al Gobierno de Sánchez. Y la crítica a los acuerdos con EH Bildu son casi el único argumento político porque espera desmovilizar así a una parte de la base electoral socialista.

Es la apuesta final de Esparza, la última bala de quien irá a su tercera campaña electoral consciente de que se le acaban las oportunidades. No hay por ahora en UPN una alternativa a la actual dirección, al menos lo suficientemente sólida, solvente y organizada como para plantear un cambio de liderazgo. Y mucho menos de estrategia. Pero surgirá si tras las elecciones la derecha y su gran entramado de intereses siguen apartados del poder.

Porque eso es a fin de cuentas lo que se decide en el próximo ciclo electoral, la capacidad de condicionar la acción política, social y económica de la Administración pública. Un objetivo al que UPN renunció hace tiempo por la urgencia de volver cuanto antes al sillón noble del Palacio de Navarra, pero que amenaza con dejarle 12 años alejado de cualquier influencia en el Gobierno foral. Un precio demasiado alto incluso para los más incondicionales.

UPN asume resignado que su futuro depende más de

lo que haga el PSOE que de sus propias decisiones