ensar de modo diferente requiere hablar de un modo diferente”, afirmó el lingüista George Lakoff. Las palabras comentan la realidad, describen o desfiguran el paisaje, construyen percepciones o sedimentan imaginarios. En política, como es sabido, el lenguaje se emplea por convicción, repetición y costumbre, además de por estrategia y cálculo selectivo.

Por más que la lucha por el relato pueda parecer en estos momentos desgastada por la magnitud de los acontecimientos y por la sobrecarga acumulada de tacticismo y postureo, los argumentarios seguirán siendo claves. La cuestión del relato va mucho más allá de la teoría lingüística, tiene aristas políticas enormes, y consecuencias muy concretas. Hoy, por ejemplo, cualquier voluntad de consolidar la mayoría plural progresista en el Estado pasa, entre múltiples desafíos, por comprender mejor el tirón social del lenguaje de derechas, tan eficaz a menudo para los intereses conservadores y reaccionarios, incluso marcando el pulso desde la oposición. Si bien la inclinación del derechismo al tono incendiario y al estruendo ambiental acabe dificultando su propia estrategia.

La actual legislatura en el Congreso, atravesada por la lanzada de la pandemia, pendiente de la evolución sanitaria y económica, ejemplifica el comportamiento bronco del derechismo español, su deriva radical, su estrategia a cara o cruz. Casado se la juega en las próximas Generales. Su figura encoge por su seguidismo de Vox, su trayectoria errática, pero sobre todo por la sombra de Ayuso, inflada en su ego. Sin embargo si la coyuntura económica empeorase, las encuestas creasen ambiente, movilizasen a unos y desmovilizasen a otros, Casado puede poner las cosas complicadas al bloque progresista, preso de sus propias contradicciones, y tensionar especialmente al PSOE de Sánchez, cuyo irregular devenir ideológico, marca de la casa, le convierten en el flanco clave para dar un vuelco a la situación.

La narrativa de la derecha, tan zafia y recalcitrante en los aledaños extremos, se alimenta de un nacionalismo español entre excitado e iracundo, pero paradójicamente apenas mentado. Un enorme agujero negro en la comunicación política, acrecentado por un ecosistema mediático notablemente decantado. Todo ello otorga una férrea malla de seguridad al PP y a Vox. Ese nacionalismo tiene bula y desde el golpe del 36 no se llama por su nombre. Elusión de calibre extra grueso a la que curiosamente se apuntan amplísimos sectores progresistas, que o no lo advierten, lo que resulta imposible de creer, o se arrugan por miedo a perder votos, o compiten en el fondo o hasta en algunas formas en los mismos marcos.

No puede haber un análisis correcto de los hechos si se produce una distorsión sistémica en el lenguaje. El nacionalismo español es una inmensa fuente de poder. Piedra angular en la Constitución, que debía enganchar al grueso del franquismo. Ayudó para ello el título preliminar y su amenaza militar. Es cierto que el texto diferenció entre nacionalidades y regiones, en un atajo terminológico que no ha generado una cultura plurinacional o evitado tentaciones centralistas. Hoy, supuestamente, no hay nacionalistas españoles, sino patriotas y constitucionalistas, por más que muchos se olviden de partes fundamentales del articulado. Crítica tan vieja como la Constitución, y que no da pompa. Y es que el nacionalismo español nutre al Estado profundo y al superficial. Estuvo detrás del 23-F. Blindó la monarquía y le dio rango de impunidad. Alimentó la violencia de Estado dentro y fuera de nuestras fronteras o alentó la invasión a Irak, por poner algunos ejemplos. Y ni a Fraga, ni a Tejero, ni a Armada, ni a Juan Carlos ni a Aznar, ni a tantos otros se les ha calificado ni se les va a identificar como nacionalistas en el conjunto del Estado.

Más advertido está en cambio otro de los puntales narrativos de la derecha, su pregonado liberalismo. Aquí sucede justo lo contrario. La derecha se arroga la condición de liberal desmintiendo en su praxis esta etiqueta. Contradicción que también viene de muy lejos; la España grande y libre de la dictadura era políticamente diminuta y todo menos libre. Hoy resulta palpable la falta de espíritu liberal, los ejemplos se acumulan cada semana. Lo que impera es la bandera de una libertad ficticia, cuando no directamente regresiva.

Hablamos, en definitiva, de dos problemas políticos y sociales endémicos en el Estado. Hay muchos nacionalistas españoles excluyentes y muy pocos liberales. Eso sí, la bancada conservadora y reaccionaria dispone de una narrativa ventajista que aporta un torrente de votos. Por más que algunos de sus marcos claves resulten tramposos y deshonestos, y generen espejismos y confusión.

Consolidar la mayoría progresista en el Estado pasa también por comprender el tirón social del lenguaje de derechas

La derecha se alimenta de un nacionalismo español entre excitado e irancundo, pero paradójicamente apenas mentado