omo cada año el curso comienza con el debate de política general en el Parlamento de Gasteiz. Tengo que confesarles que, a veces, me pierdo en los debates parlamentarios. Primero, porque sus señorías desglosan un largo rosario de temas que dudo que estén en las cabezas del resto de la ciudadanía. Por otro lado, porque tengo la sensación de que, ante cuestiones tan sesudas como la respuesta social económica frente a la pandemia, a la igualdad de mujeres y hombres (¿para cuándo una sociedad vasca realmente así?), las inversiones necesarias para estar a la altura de los tiempos, etcétera, se suceden discursos políticos que carecen de concreción para que sepamos a qué atenernos. A eso hay que añadir que, con honrosas excepciones, las respuestas al lehendakari han sido preparadas de antemano. Todo vale para zumbarle a cualquier precio, convertido el lehendakari -como dicen en Nafarroa- en el capacico de las hostias.

Siendo legítimo intentar desgastar al gobierno, lo ideal sería que tantas horas de ocupación de sus señorías nos sirvieran para mejorar. En el lío solo gana lo peor. No estamos para bromas, no queremos que se pierda el tiempo y es fácil sentir una gran amargura al ver que no avanzamos nada en autogobierno después de los enormes sacrificios que nos ha costado en nuestra historia más reciente, que ha afectado a nuestras vidas , a nuestros aitas y amas , amamas y aitonas.

Hoy, parece que ni siquiera damos por hecho nuestro derecho a constituir un ente político diferente a España. Se haga lo que se haga, las mayorías políticas legalmente logradas no son aceptadas por los partidos españoles. Parece que se les olvida que son minoría en Gasteiz. Se está generando en nuestro pueblo una enorme desesperanza de difícil retorno.

Las cruzadas de la españolidad utilizan distintas maneras para llegar a lo mismo. Hay quienes intentan desesperadamente resucitar a ETA. Hay quienes, además, se regodean en su fascismo adaptado a los tiempos de las redes sociales. Hay quienes, con la palabra democracia en la boca, reniegan de ella al dinamitar los derechos de las personas y de los pueblos. Hay quienes desgastan el débil autogobierno desde dentro y desde fuera. O quienes han convertido el euskera en objeto preferente porque saben que es lo que nos hace euskaldunes, la cimentación del pueblo vasco.

Todo eso no sería posible sin una labor coordinada y en la que se ponen de acuerdo quienes se llaman de izquierda y quienes preferirían retrotraernos a los tiempos del general bajito. No ver la lamentable evolución anti euskera y anti todo lo que no sea aceptar la cerrazón española es tanto como negar el cambio climático. El debate parlamentario ha sido una clara muestra de por dónde soplan los aires de la meseta castellana para los próximos años: lo mismo pero peor.

La pretendida cortesía parlamentaria no enmascara el desprecio que les genera la causa nacional vasca. El portavoz socialista acusaba y se permitía vincular hablar de soberanía con generar lío -según él innecesario-. El problema está aquí, pero les da igual, nos quieren divididos y heridos. Egibar le contestó bien. Es una trampa argumentar con el diálogo sin mover la ley, puesto que, para hablar, deben estar en pie de igualdad las dos partes. Hoy no ocurre. ¿Qué nos queda? ¿Sobrevivir en la subordinación?

Ya que parece que sus señorías están mirando hacia atrás en nuestra Historia -que demuestra indiscutiblemente nuestros derechos aplicados y reales- sería conveniente verla en su totalidad, con pase foral incluido. Parece que va siendo momento de aplicarlo. Es decir, se acata pero no se cumple. En defensa del fuero propio, en defensa de la existencia del pueblo vasco.