l carmelita descalzo vizcaino Hipólito de Larrakoetxea tuvo la misión de realizar labores de intermediario entre el PNV y el Vaticano en los albores de la Guerra Civil. Natural del caserío Altxagutxi de Zeanuri (1892), el religioso fue “uno de los garbanzos negros” a quien la propia iglesia española “le hizo la vida imposible”, enfatiza el exsenador Iñaki Anasagasti, quien va más allá: “Destacaría la persecución al clero raso abertzale por parte de los jerarcas eclesiásticos de la denominada Cruzada. Hipólito denunció al Gobierno vasco casos concretos de curas u religiosos perseguidos, amenazados, castigados y lo mal que lo pasaron por parte de gentes que de cristianos solo tenían el nombre”.

La misiva tiene como destinatario a Francisco Javier de Landaburu, delegado del Gobierno vasco y del PNV en París. Años después llegaría a ser vicelehendakari del Gobierno de Euzkadi en el exilio, entre 1960 y 1963. En la carta, el también jeltzale Hipólito de Larrakoetxea transmite a su interlocutor sus preocupaciones y cita numerosos casos de religiosos perseguidos. Lamenta, por ejemplo, haber sabido que “entre los jesuitas continúa la razia contra los nuestros. Que al Padre Estefanía le han plantado en América junto a otros muchos vascos. Tienen ellos la exclusiva de confesar a los condenados a muerte por los facciosos, como gente de confianza”. Y en su información detalla aún más: “Dice el Padre Rainaldo que el agente toma buena cuenta de ello y no se percata de decir que como no les salgan las cosas según sus cálculos, no queda jesuita para muestra”.

Y señala a la persona que, a su juicio, comunicaba a la “prensa enemiga” sobre las labores de intermediario que hizo para el PNV en la ciudad del Vaticano. A su juicio, fue un profesor de la Universidad Gregoriana, un jesuita. Larrakoetxea confesaba a Landaburu que “el Padre Goenaga le sorprendió con las manos en la masa”.

Después, el religioso solicita a Landaburu algunas publicaciones relacionadas con la actualidad de la Iglesia. Desde la respuesta de varios sacerdotes a la Carta Colectiva de los Obispos españoles, un libro de Álvarez Mendizabal sobre política española, y se muestra sorprendido por que el histórico coadjutor de la parroquia de Begoña Fortunato Unzueta “ha escrito un trabajo para el lugarteniente de Franco en Gasteiz, Lauzirika”. Larrakoetxea escribe el recado desde su exilio en Francia. En él quiere agregar información a la que los sacerdotes Onaindia ya le habrían facilitado. “Yo me permito escribirle de lo que atañe a nuestros religiosos abertzales perseguidos”, mecanografía. “No quiero escribir a nuestro querido presidente (por Aguirre), porque sé que no tiene tiempo para perderlo”, glosa.

Y comienza a individualizar los casos más próximos. Ejemplos de ello son el Padre Gabriel, con quien “se han metido dos veces” tras su destierro a Markina. Y cita que la primera vez fueron “falangistas vitorianos que iban a buscarle para liquidarle en la forma expeditiva que acostumbran”. No obstante, el religioso corrió buena suerte. “Supo la cosa a tiempo Elizagarate, amigo íntimo de Gabriel, y cogiendo un auto, salió disparado y pudo llegar a Markina antes que los otros y sacarle del convento con rumbo desconocido”.

Y cita un segundo problema para aquel cura. “Le ha llegado un enemigo más inexorable que los mismos falangistas: el Administrador Apostólico, mejor dicho, franquista”. Y entra en detalles, informando de que el Padre Gabriel suplía las veces de sacerdote en Amalloa, donde hace un año los facciosos fusilaron “al joven sacerdote paisano mío, Don José Sagarna”. El aniversario de aquel asesinato, los fieles encargaron una misa en sufragio de Sagarna. Así como un responso rezado en el cementerio, adornando con tal motivo la tumba con flores. “Inmediatamente algún celoso sopló la cosa a la Curia. Santo furor aquí. Telegrama a Markina preguntando si la misa había sido rezada o cantada. Nuevo destierro a Gabriel. A Larrea, a levantarse a medianoche”.

Y en ese momento Larrakoetxea aumenta su enojo. “En la vida se ha visto cosa igual. Prelado de la iglesia castigando iracundamente a un sacerdote y religioso por haber aplicado los sufragios legítimos de la Iglesia a un sacerdote ejemplar asesinado vilmente”. De ahí, el Padre Hipólito se suma a la frase de un compañero: “Aún en caso de triunfo de Franco, no puede durar sus régimen ni siquiera un año”.

E informa de más casos de persecución y uno curioso ya que a su juicio el perseguido era españolista. “El Padre Samuel, españolista, pero vasco en medio de todo, se permitió en la novena del Carmen de Begoña protestar por la impiedad española”. Como represalia fue condenado a doce años de prisión. El religioso se salvó porque el director del penal se negó a entregarlo aquella noche. El de Zeanuri continúa relatando otros ataques, como el del fusilamiento del padre superior de Amorebieta. “Abrieron el sumario pero luego han resuelto echar una capa de tierra al asunto”. Y aporta una valoración más. “La guerra, si impopular al principio, tiene asqueados a todos, menos a sus iniciadores: los gandules de militares, los ricachos y al clero”.

Hipólito Larrakoetxea falleció el 25 de enero de 1976 en Markina-Xemein, pocos días después que Franco.