n política hace años daba miedo que se generara una serpiente de verano a tu costa. En el argot se llamaba así a noticias exageradas, y en muchos casos falsas, que servían para llenar hojas de periódico en los medios, dada la sequía estival producida por las vacaciones del mundo político.

Si eras su objetivo daba igual que fueran ciertas, tergiversadas o manipuladas; el objetivo se cumplía si se pasaba la canícula hablando de tal o cual, aunque se demostraran después imaginadas. Lo bueno era que desaparecían a la misma velocidad que el verano.

Hoy ya no son necesarias, puesto que el cronicón político nos ofrece gran cantidad de noticias tan sorprendentes como aquellas para llenar los espacios periodísticos (lo malo es que éstas son verdad). El covid y sus múltiples facetas, los desafueros de la monarquía española, la corrupción, la derechización creciente, los líos del Gobierno de Sánchez y sus incumplimientos de lo acordado... sirven por sí solas para no dejarnos descansar, manteniéndonos en la incertidumbre y el malestar.

En nuestro país parece que las aguas políticas corren más tranquilas, aunque también tenemos mucho de juergas de parte de una juventud que no ha entendido nada de la gravedad de la situación. Si a eso le añadimos la violencia presente en muchas de ellas, tenemos motivos para preocuparnos y exigir que la convivencia sean objetivo político prioritario.

Sin duda, la educación es un medio necesario para construir una sociedad respetuosa y justa, pero no debe utilizarse como excusa para no encarar el problema. Dejarnos de permisividades, exigir responsabilidades, y pagarlo en consecuencia, es la manera de defendernos. Disculpar comportamientos asociales solamente nos lleva a interiorizar colectivamente una violencia inaceptable.

La violencia tiene muchas aristas y aparece cuando menos lo esperas. La piragüista Maialen Chourraut ha sido víctima de la cerrazón española, simplemente porque habló con su hija en euskera. Los numerosos comentarios de quienes siempre nos acusaron de terroristas a vascos y vascas son la muestra de una manera de entender el mundo, en el que no caben pensamientos distintos a los suyos.

Celebramos hoy San Ignacio. Permítanme una digresión en este día de alto valor personal y simbólico nacionalista. Entiendo que no por aquel soldado del ejército español que cayó herido en Iruña en 1521 mientras defendía el castillo erigido por Fernando (llamado El Católico), tras la conquista de Nafarroa en 1512. Peleaba contra el legítimo ejército navarro que intentó reimplantar la legitimidad navarra. La Historia la reescriben quienes vencen, por eso nos han vendido que ese ejército era francés. Otra mentira del vencedor.

El caso es que este día siempre recuerdo a mi aitona, al que detenían todos los años porque su amigo txistulari -Bergara de Portugalete- iba a tocar la Marcha de San Ignacio a su casa, por nacionalista. Lo que son las cosas.

Otro rey, Felipe VI, descendiente del de arriba, dejó claro en Santiago el 25 que todo pasa por la unidad española. Si “la Corona simboliza su carácter de puente entre pasado, presente y futuro”, como afirmó en la celebración gallega, estamos ante la misma gente de 1512 y sus ideales de homogeneización hoy los mantienen de múltiples maneras: guardia civil, policía y ejército, negación de derechos internacionales básicos como el derecho de autodeterminación o simplemente de consultas pacíficas a la ciudadanía, nula presencia de las lenguas que no sean español en Congreso y Senado, judicialización de la política, incumplimiento de los acuerdos... Disfrazado todo ello de la habitual palabrería de concordia, democracia, libertad; la suya claro está.