l Kennedy español es un prestidigitador. Maneja ilusiones como nadie. Ve crecer la hierba. Intuye enrabietados a los presidentes autonómicos de todos los colores y los aplaca de un plumazo porque sabe dónde les duele: pone en sus manos más de la mitad del maná de los fondos europeos del primer año. Huele sangre política en el bando de los escuderos regionales de Pablo Casado y les quita el cuchillo de los dientes antes de que abran la boca anunciando 3,4 millones de vacunas para que nadie se queje. Algo propio del medalla de oro de la vacunación. Después de estos sonoros golpes de efecto es fácil comprender que la única crítica a Pedro Sánchez en la cumbre de ayer en Salamanca se reduce escuálidamente a que prepare mejor el orden del día de estos encuentros. La patética impotencia del PP. Ni un rasguño político por la irrisoria cogobernanza tan deslavazada durante esta pandemia, el desprecio a los presidentes territoriales en cada anuncio televisado de sus decisiones, o su desafecto constante a las desesperadas peticiones sobre toques de queda y uso de mascarillas. Tan solo la incómoda cuota sonora de esos pitos que vuelven a repetirse cada vez que pisa suelo dominado por su enemigo.

Nada más demoledor que el acertado manejo de los tiempos. Este Gobierno lo borda. Ya empezó la víspera de la cita autonómica con una inusitada condonación de buena parte de la deuda periférica. Un bálsamo largamente reclamado al que recurrió la ministra Montero, silenciando así las primeras lenguas viperinas sobre el recurrente trato a favor con el nacionalismo vasco. Pero lejos del efecto neutralizante contra la insurrección que venían tramando los populares camino de Salamanca. A Sánchez le bastó apropiarse de la oportunidad mediática de una declaración institucional para pulverizar en apenas dos minutos la rebelión consensuada la noche anterior por Casado y sus barones. El tiempo suficiente antes de empezar la reunión para que todos los teletipos escupieran a los cuatro vientos que habrá vacunas, que la recuperación económica está ahí y que España retoma la senda del crecimiento. Objetivo cumplido que ni siquiera enturbia la intencionada ausencia de Pere Aragonès, que eligió un rutinario encuentro en Ginebra con Marta Rovira para hostigar un poco más el corazón encendido de los unionistas. En el caso de Sánchez, ni se inmuta, aunque el esperado desplante se produzca en vísperas de ese primer encuentro negociador.

Catalunya seguirá dando gasolina a la oposición. Bien lo sabe el PSOE. Por eso, cuando se trata de presentar balance antes de abrazar el descanso de agosto, el líder socialista lo tiene fácil. Da a elegir a los españoles sencillamente entre la recuperación y la crispación. Vaya, como si supiera sin demasiado esfuerzo cuál va a ser la respuesta mayoritaria. Como si jugara con las cartas marcadas, pero, lamentablemente, es una disyuntiva real. Casado ha elegido el hostigamiento permanente mientras libra sus cuitas pendientes con Abascal. La teórica alternativa de Gobierno no acaba de ver los signos de mejora económica, quizá porque cada vez aparece más alejado de los empresarios. En su línea argumental, avalada por muchas encuestas favorables, prefiere hablar sin desmayo del independentismo y de las promesas incumplidas por un presidente mentiroso. Su mirada de luces cortas -y la de sus asesores- sigue sin atisbar que se han recuperado nueve de los diez empleos perdidos durante la pandemia, que los fondos europeos son una incipiente realidad, que el ritmo récord de vacunación va despejando a marchas forzadas las incógnitas económicas y que el común de los mortales empieza a cansarse del folletín Junqueras-Puigdemont o de las mayorías del Parlament para plantar cara ideológica al Tribunal de Cuentas.

Empieza a soplar un viento a favor de Sánchez paradójicamente cuando las previsiones electorales le son más adversas. Quizá las previsiones optimistas que se suceden en las últimas semanas expliquen la ausencia de autocrítica en su análisis de una gestión, donde las cuestiones más sensibles por determinantes -vivienda, reforma laboral, déficit, cuestión territorial...- siguen aparcadas posiblemente porque auguran un desgaste nada deseable para la estabilidad de la propia coalición de Gobierno. Deja el calvario para el PP. La chapucera y estrambótica caza de brujas contra Luis Bárcenas acaba en el banquillo para desesperación de Casado. Ni siquiera un prestidigitador infalible podría librarle de esta permanente pesadilla.