l enojo forma parte indisoluble de la derecha dura y extrema. La irritación es consustancial a su metabolismo, intolerante a estados carenciales de poder. Las dinámicas de una sociedad plural y de gobernanza repartida se le hacen cuesta arriba. Este enojo se dispara hacia el arrebato o la ira cuando se rozan sus sacrosantos dogmas. El lunes el portavoz de Vox, Jorge Buxadé, dijo que Sánchez iba al Liceu “a arrodillarse”. Al día siguiente, el presidente de UPN, Javier Esparza, tiró del mismo verbo, pero superó por la derecha el mensaje del portavoz ultra al decir que Sánchez “arrodilla a España frente al independentismo”. Como mostrando que lo suyo el 13 de junio fue un viaje Astral a Colón, por más que físicamente no hubiese acompañado a sus compañeros Sayas, Catalán y Adanero en la plaza. Pasada sin pena ni gloria esta manifestación, en cuanto se confirmaran los indultos quedaba encaramarse metafóricamente por el mástil de la bandera. Así lo ha hecho UPN, que compite con Vox como Casado y Ayuso, por la vía del estruendo. Todos cerca del córner, en una melé que centímetro a centímetro empuja un discurso de la humillación, intrínseco del nacionalismo español más rancio y conservador, por más que se olvide. Si cada vez que la derecha exhibe su radicalismo, se omite que se nutre de un nacionalismo reaccionario y agresivo, el análisis de situación será incompleto, a beneficio de quien desde el inicio de esta legislatura intenta que el aforador de la crispación marque niveles máximos.

Es conocido que la derecha se abona al victimismo para tensionar sus bases. Lo hace incluso cuando gobierna, pero es en la oposición cuando se lanza a profetizar el apocalipsis. Y lo hace, a falta de realismo, con profusión de garabatos. La caricatura puede resultar insustancial, pero no es indolora. El derechismo español, con déficit de ilustración e hipertrofia dogmática, rezuma exceso de nerviosismo cuando la democracia no le resulta propicia. Desde 2018, además, siente el vértigo de la fragmentación, y lejos de aislar a Vox alimenta sus marcos.

A estas alturas la deriva de UPN tampoco sorprende a nadie, pero contribuye a clarificar un panorama político que a este paso quedará cristalino, porque la segunda parte de la legislatura va a estar marcada en buena medida por la cuestión territorial. Y aquí la derecha, por más que suba los decibelios descubre su impotencia. Por mucho que se sienta cómoda en una burbuja, su inmovilismo se erige como un pesado lastre en amplias zonas de la opinión pública, favorables a explorar principios de acuerdo con el soberanismo, con la conciencia cada vez más nítida del riesgo que supone Vox, una máquina del tiempo hacia marcos más parecidos al tardofranquismo de Arias Navarro que a los parámetros de una democracia europea.

En esta encrucijada, UPN sigue abonado a su inercia de sacudir con saña al PSOE. Con ello, anegará aún más la hipótesis de un eventual futuro de entendimiento con los socialistas, facilitando el trabajo a la actual mayoría política en Navarra. Paradojas de la vida, comparables con un precedente que está siendo comentando estos días de alto voltaje político. Una de las razones de la consecución de los indultos se fundamenta curiosamente en la obstinación derechista que Ciudadanos, socio de UPN, exhibió en 2019. Con la pertinaz deriva de Rivera y el seguidismo de Arrimadas, el PSOE se convenció de que su espacio de entendimiento estaba a su izquierda, quedando trenzada tras la repetición de las Generales la entente que ha dado forma a dichas excarcelaciones.

Esparza desea un efecto depresor concatenado, que Sánchez se despeñe en Madrid y Chivite lo acuse en Navarra. Como voluntarismo político desprende su lógica. Pero el plan es endeble por su estrategia de tierra quemada, presa de sus propias urgencias. UPN se halla en la oposición desde hace 6 años en el Parlamento. Esparza ya ha gastado dos intentos en busca de la presidencia. En 2015, con la campaña del superlativo, y en 2019, con el concentrado de Navarra Suma. En 2023 vendrá la tercera tentativa, a doble o nada, con o sin coalición. La hoja de ruta de UPN pende también de que se active otra paradoja: que en los futuros comicios EH Bildu crezca en detrimento de Geroa Bai. En cualquier caso, el cambio que comenzó a erigirse en 2015 en Navarra es de mayor grosor que el que gustaría en la sede de Príncipe de Viana. Navarra tiene ante sí desafíos importantes y sintonías sociales muy transversales, y una parte muy importante de la opinión pública rechaza la estrategia de la crispación y el berrinche permanente. Si no consigue alcanzar la presidencia, Esparza consolidará la mala herencia de Barcina, empeñado en transitar por un carril que cree ancho, cuando a la mayoría política le viene resultando muy estrecho.

El problema territorial

Todo esto cuando en el PSOE el pilar territorial no se aleja tanto del de la derecha. El ministro de Justicia ha dicho sobre el derecho a decidir que “lo que sea España lo decidirán todos los españoles”, frase que genera algunas preguntas: ¿Lo que sea Europa lo tienen que decidir todos los europeos, o cada Estado tiene y ha tenido margen de salida? ¿Sobre Navarra debería haber decidido el conjunto de los vascos? ¿Qué se entiende por una decisión conjunta? ¿Impedir por la fuerza la decisión mayoritaria de un sujeto político? ¿Quién decide entonces lo que es Catalunya?