omo hombre y como ciudadano me siento interpelado directamente por la secuencia insoportable de asesinatos, agresiones, acosos, abusos sexuales machistas y toda una cadena de actitudes inaceptables que cada año acaban sumando escalofriantes datos a una intolerable lista de mujeres víctimas. Siento una mezcla de impotencia y de enfado al no ser capaz de encontrar la fórmula social que permita frenar esta barbarie.

Con frecuencia se buscan excusas o argumentos triviales para opacar o difuminar la realidad de la violencia de género. Todavía hoy muchas personas las utilizan y tratan de “invisibilizar” así el problema real de quienes sufren esta violencia. Existen absurdos e infundados prejuicios y mitos sobre la violencia de género, sobre los agresores y sobre las víctimas, algunos de los cuales caben en esta enumeración: es una cuestión privada, es gente enferma, la culpa es del alcohol o de las drogas, es gente con poca formación y de escasos recursos económicos, se da en familias problemáticas, son casos aislados, con el tiempo se soluciona, son hombres que tiene problemas con el alcohol o las drogas, o que tienen problemas en el trabajo, o que son impulsivos, o que están locos o enfermos, o simplemente que no son los responsables.

Ni uno solo de estos argumentos puede ser invocado como excusa o como factor minimizador de este enorme reto social ni como justificación de la existencia de la violencia de género. La violencia machista debe considerarse como un intolerable e inadmisible ejercicio de poder y de control de los hombres contra las mujeres.

Sé lo que el discurso oficial dice que debemos hacer. Sé que la educación es clave. Y dentro de ella los valores que recibimos y trasladamos a nuestros hijos e hijas son la clave. Como en otros planos sociales, no podemos descargar la responsabilidad de algo tan importante para la convivencia en sociedad solo sobre nuestro sistema educativo. O tal vez mejor expresado: nosotros, los padres y madres, debemos entender que formamos un eslabón clave, el más importante dentro de ese sistema educativo.

La violencia contra las mujeres representa un problema político y social para cuya erradicación es necesario intervenir en muchos y diferentes ámbitos. Tenemos que lograr desterrar de nuestra sociedad este tipo de comportamientos; no es fácil, sin duda, pero hay que superar la mera condena reactiva y adoptar comportamientos sociales tuitivos que sean proactivos: la educación cívica y el reproche social sin ambages ante cualquier atisbo de conducta machista sea quien sea su responsable es el primer paso de los muchos que especialmente los hombres debemos dar.

En otro plano o dimensión también necesitado de reflexión social, merece la pena acercarse al debate reabierto tras los aplausos redentores que un famoso intérprete de ópera recibió recientemente en su vuelta a los escenarios madrileños en el escenario madrileño del Auditorio Nacional cuando el público estalló en aplausos antes y después de su intervención. Era, al parecer, la bienvenida que el público le brindaba al cantante después de un año y medio de ausencia tras las acusaciones de acoso sexual realizadas por más de 20 mujeres en Estados Unidos.

Sé que se trata de una cuestión delicada, difícil de formular y que sobre la que debe reflexionarse teniendo probablemente más elementos de juicio de los que por mi parte ahora puedo tener, pero la pregunta obligada es si su calidad artística le hace merecer el perdón de sus comportamientos desviados y machistas.

¿Puede ese factor artístico opacar su conducta? Con frecuencia (tal y como ha ocurrido en este caso), y ante las acusaciones de abusos (que en este supuesto no han sido negadas, al afirmar su responsable y autor que respetaba que esas mujeres finalmente se sintieran lo suficientemente cómodas para hablar y que realmente lamentaba el dolor que les causó, aceptando expresamente toda la responsabilidad de sus acciones), sus defensores apelan al valor de su arte como único baremo de juicio, omitiendo cualquier otra consideración.

Soy consciente de que no es un tema en absoluto fácil de juzgar, pero hay algo demoledor desde el punto de esa necesaria concienciación social: que este artista no haya negado las acusaciones pero que sutilmente las considere como “inexactas”, en el sentido de atribuibles a un cambio de valores y de estándares de comportamiento en estos años. ¿Esa es toda la pedagogía social que cabe hacer? ¿En qué mundo vive quien es capaz de esgrimir este argumento?