a oposición ha propuesto como plato fuerte para el menú de esta semana la reprobación de la consejera de Salud. Las portadas estaban garantizadas. En estos momentos de agotamiento y confusión cultivar la desconfianza pública sobre los responsables de la política sanitaria es una apuesta segura.

Nadie puede dudar de que se han cometido errores durante estos meses en que todos los gobiernos del mundo han ido aprendiendo sobre la marcha a manejar una situación sin precedentes. Pero el primer grupo de la oposición ha centrado su reprobación en dos casos de vacunación irregulares que se dieron al inicio del proceso, en el rodaje de los procedimientos y protocolos, que fueron resueltos fulminantemente. Si lo más grave que reprochar a los responsables de gestionar la pandemia fuera ese lamentable asunto puntual yo me quedaría tranquilo con respecto al gobierno, pero como no puede serlo, me quedo preocupado con respecto a la oposición. Una buena gobernanza implica muchas cosas por parte del gobierno pero también requiere de una oposición de altura, especialmente en los momentos más críticos.

El segundo grupo de la oposición centró su mirada en la transparencia y la información sobre el citado caso. No supo indicar qué información concreta faltaba por aportar, de modo que solo queda la impresión de que se busca alargar ponencias y presencias públicas para seguir ocupando el espacio público con escándalos estirados.

El tercer grupo de la oposición con una mano nos pone como ejemplo Madrid y con la otra denuncia los datos de la vacunación en Euskadi. Es un notable ejercicio de prestidigitación puesto que Madrid tiene unas cifras peores en todos los capítulos sanitarios a lo largo de estos meses (muertes, contagios, situación UCI, muertes en residencias...) y también en el asunto sobre el que se centra la crítica: porcentaje de vacunados con una dosis, porcentaje con dos dosis y porcentaje de aplicación de las vacunas recibidas.

Lo lamentable de todo esto es que el espectáculo parlamentario de esta semana no nos ha ayudado a identificar y discutir con rigor y provecho ninguna de las muchas cosas que el gobierno debe hacer mejor. No puede haber buena gobernanza si no hay una oposición que se toma en serio su trabajo de control y crítica al gobierno sin convertirlo en ejercicios de descalificaciones genéricas propias de una discusión de bar entre personas que no han estudiado con suficiente detenimiento los temas y hablan tras la lectura distraída de algunos titulares.

Esta semana hemos conocido el informe financiado por la Unión Europea y realizado por la Universidad de Gotemburgo que mide la calidad de la democracia en todas las regiones de la Unión. Analiza desde indicadores de corrupción y transparencia hasta aspectos de gestión sanitaria o de satisfacción pública de los servicios. La Comunidad Autónoma Vasca sale la primera de todo el Estado, tiene una nota superior a la de cualquier otra región italiana, belga o irlandesa, y en Francia es solo superada por una región (Bretaña). No es únicamente mérito de este Gobierno Vasco: la calidad democrática es resultado de una cultura que se construye con tiempo y entre muchos en el ámbito público y privado, y en el sector social. Pero este reconocimiento no puede ser obviamente ajeno al quehacer de las distintas instituciones de nuestro país.

No estamos para medallas. No estamos en momento de ocultar problemas graves. Tenemos muchas cosas que aprender y que mejorar. Tenemos retos de una complejidad gigantesca. Precisamente por eso la sociedad necesita una oposición que sepa identificar los asuntos no pensando en cómo hacer daño a algún miembro del gobierno en el Teleberri de esta noche, sino en cómo construir una mejor gobernanza y, por lo tanto, una alternativa creíble y confiable a medio plazo. Es otro de los aspectos en que la calidad de nuestra democracia puede mejorar. Lástima que este indicador no lo midan los investigadores de Gotemburgo.