e pregunto quién se habrá creído que es, hasta dónde se le habrá subido el ego, en qué momento tanta adulación se le mudó en soberbia, para prestarse a conmemorar los fastos de 25 años de su ascensión a los cielos de Moncloa. A José María Aznar, la huella de su paso por el poder le ha dejado una especie de espasmo arrogante, como si pusiera los pies sobre los hombros del resto de los mortales igual que los puso sobre la mesa en el rancho de Bush fumándose un puro. Aznar, el puto amo. Esa fue la impresión que pretendió dar en su entrevista con Jordi Évole, que no entrevistó a un político, sino a un fantasma salido de ultratumba, un desabrido fanfarrón travestido en ex presidente perpetuo con derecho de pernada.

Altanería impostada, gesto displicente, monosílabos tajantes, medias sonrisas torcidas, afirmaciones y negaciones autoritarias, ademanes de sátrapa y aspavientos de no sabe usted con quién está hablando. Aznar, como si todo el monte fueras orégano, está acostumbrado a hablar con los suyos de arriba a abajo, mandando, pontificando, acojonando€ y mintiendo, mintiendo como un bellaco. Y es que a pesar de la perspectiva que da el tiempo, Aznar no ha sido capaz de reconocer ni un solo error. No se lo permiten ni su orgullo ni su intransigencia.

Hace falta ser fantasma para presumir, como presumió, de su paso por el Gobierno del Estado del que fabricó un relato ilusorio y un ficticio éxito irrepetible. Ese mismo Aznar sobrado que basó su gobierno en la prepotencia, el recorte brutal de las libertades y el ancho camino abierto a la corrupción. Hace falta ser fantasma para, con la que ha caído después, alardear de una presunta cola de frustrados por no haber sido invitados a la boda de su hija. Hace falta ser fantasma para poner exclusivamente la mano en el fuego por él mismo, dejando en el aire que pudieran arder sus subordinados.

Incapaz de rectificar ni reconocer errores, a estas alturas sigue empeñado en sostener la falacia de que los atentados del 11-M fueron obra de "gentes que conocían muy bien este país y no habitaban en desiertos remotos". O sea, desde el principio supo que era ETA. En su arrogancia, y también a estas alturas, sigue ratificándose en su convicción de que en Irak se manejaban armas de destrucción masiva. Ofendido, como si ahora cayera del guindo, negó que hubiera conocido ni un asomo de corrupción en su partido y, por supuesto, él jamás, jamás, jamás, percibió ningún sobresueldo ni se le pasó por la cabeza el pillaje de El Bigotes y otros elementos de la trama Gürtel fotografiados para la posteridad en el evento nupcial. Y todo chulo, derivó la sospecha de mangancia en la familia del yerno: "Ya sabe que en las bodas hay dos partes, y ahí lo dejo".

José María Aznar, oráculo en la sombra de la derecha extrema, agazapado tras el poder paralelo de su FAES, nos escenificó un alarde de soberbia dejando claro que desprecia todo lo que no es él y lo suyo. Lo malo es que la actual dirección del PP no sólo le respeta sino que teme su mirada de censura, esa adusta, fría, distante mirada, de quien se cree todavía paladín y caudillo de todas las derechas reaccionarias españolas.