na columna política debería huir de las generalidades y señalar un pecador, pero hoy prefiero centrarme en el qué y no en el quién. Lo que me interesa es identificar una práctica de nuestra política a partir de un ejemplo anónimo, y discutir si es o no censurable independientemente de que quien lo protagonice sea amigo o contrincante.

Este político de quien ocultamos el nombre ha publicado esta semana un tuit contra la idea de bajar el IVA de la luz: "Lo primero que sorprende es el campañote que se hace para bajar el IVA de la luz. ¿Sabes por qué? Porque bajar el IVA no le cuesta ni un euro a las eléctricas. Eso sí, reduce los ingresos del estado, dañando la sanidad, la educación o la dependencia".

Alguno ha aprovechado para denunciar que el programa electoral de su partido incluía esta bajada que ahora se rechaza, e incluso para recordarle otro tuit de hace unos pocos años, cuando estaba en el otro lado de la barricada, que decía: "El Gobierno podría acabar con el problema de la subida de la luz bajando el IVA, pero no les interesa porque están del lado de los poderosos".

No me parece que rectificar según el tiempo, los datos, las circunstancias o nosotros mismos cambiamos, sea malo. Si no estamos dispuestos a cambiar, nunca aprendemos nada. Desconfío más de los que presumen de no haber cambiado. En realidad, lo malo de estos dos tuits no es lo que cambia, sino lo que permanece: un mismo patrón de pensamiento bien reconocible, una misma forma de articular el pensamiento político.

Ante el problema del precio de la luz, lo que la política debe procurar es que este servicio esencial llegue a todas las personas que lo necesiten sin que su coste resulte un obstáculo insalvable. Para conseguir ese objetivo hay distintos medios. La bajada del IVA puede ser una vía, aunque de efectos mínimos, me parece. Hay otras formas de facilitar ese acceso universal: revisión de los conceptos de la facturación, rentas de apoyo, exenciones, tramos, subvenciones, intervención en los precios, u otras muchas, por separado o combinadas. Ninguna de estas propuestas en todo caso es perfecta, cada una tiene sus muy discutibles pros y sus contras.

Pero los dos tuits mencionados no tratan de estas cuestiones tan grises y tan aburridas: muestran una forma de razonar más vistosa y efectista, una dicotomía de absolutos buenos y absolutos malos. Por un lado, frente a la complejidad del problema, el autor da con una clave -única y sencilla- que le permite explicárnoslo todo. Más revelador aún es que esa clave trata más de juicios de valor sobre otras personas (las motivaciones de los otros) que de razones objetivas relativas al fondo de la cuestión. El mundo se divide así entre nosotros (los buenos que actuamos de buena fe) y los otros (los que opinan distinto, las eléctricas, los poderosos y aquellos gobiernos en los que nosotros no estamos, que actúan de la mala fe movidos por oscuros intereses). Lo grave no es que el autor haya cambiado de opinión sobre el IVA de la luz, sino que dicho cambio no le ha ayudado a corregir su visión maniquea y perezosa del mundo: yo, defienda A o B, soy el pueblo; el que piensa diferente, defienda B o A, es despreciable élite. La pretensión de superioridad moral es aquí indistinguible de la doble moral.

Conviene estar prevenido ante quien es incapaz de apreciar en el otro una opinión distinta cuyos pros y contras se pueden razonada y respetuosamente discutir y solo ve, como inquisidor en permanente busca de pecado, mala fe allí donde mira. Conviene estar atentos ante el tentador atractivo de esta forma de argumentar que tanto daño hace, por la izquierda y por la derecha, a la calidad de nuestra democracia.