n Madrid se suceden los patinazos. Los ciudadanos que ya pueden salir a la calle se trastabillan cada cinco minutos en unas aceras llenas de nieve y hielo. La vicepresidenta Teresa Ribera desbarra al minimizar ridículamente la subida récord del precio de la luz a solo cuatro euros para cada familia. El PSOE se da de bruces con su ideario republicano blindando al rey emérito para evitar el escarnio político en el Congreso que persigue el bando de la moción de censura. El ministro Marlaska patina cuando el dúo Almeida-Díaz Ayuso le acorralan con una aviesa declaración sinsentido de zona catastrófica. El candidato Salvador Illa sufre un incómodo batacazo con el aplazamiento al 30 de mayo de las elecciones autonómicas en Catalunya porque diluye durante demasiadas semanas el evidente efecto sorpresa de su estratégica designación. La titular de Defensa y Ione Belarra, la voz en off de Pablo Iglesias, resbalan tirándose bolazos públicamente sin recato y con toda la saña política. Y para cerrar el círculo de semejantes despropósitos, Pablo Casado, después de dejar la pala frente al centro de salud, se da una costalada intelectual al reclamar los fondos europeos de la digitalización y la economía circular para que palien desperfectos del pavimento, la hostelería y el arbolado madrileños.

Los estragos de Filomena distraen penosamente la deplorable cascada de contagios y muertes por el coronavirus. Horas interminables de televisión para seguir segundo a segundo la torpe paralización de la comunidad madrileña y el conato de otra bronca política Puerta del Sol-Moncloa, olvidándose las cámaras del aislamiento de Teruel o del oriente de Asturias y así alimentar el secular rechazo al centralismo. En paralelo, sigue subiendo peligrosamente la ocupación de las UCI, las vacunas distan mucho de alcanzar una aceptable media de dispensación y la economía está más pendiente de alargar el plazo de los ERTE que de provocar siquiera un conato de rehabilitación. Pero la salsa de las tertulias está en la irrupción de Villarejo ya sin disfraz ante el juez, en los gastos de los escoltas de Juan Carlos en Abu Dabi y en las turbias cintas del anterior equipo de resentidos de Interior que avinagran al PP el comienzo del año antes de que Bárcenas empiece a soltar lastre.

Los fenómenos extraordinarios desnudan el músculo de la clase política. Ocurrió con la sacudida tan inesperada como lacerante del COVID-19, que sigue haciendo agujeros en la credibilidad de demasiados responsables institucionales, incapaces de ahormar entre el ministerio y 17 voces distintas una estrategia siquiera mínimamente creíble para contener la catástrofe de esta pandemia. Ahora ha sido el aciago temporal de nieve, pronosticado con tiempo y altavoces suficientes pero, al final, letal para los intereses del ciudadano y de su economía por la manifiesta incompetencia de quienes les gobiernan. Aun diez días después del gélido vendaval nadie asegura sin temor a equivocarse que los colegios puedan abrir sus puertas en este Madrid ombligo del mundo sin riesgo de posibles accidentes. En cambio, el simpar dúo de arietes del PP madrileño contra el Gobierno de izquierdas tiene tiempo suficiente para escenificar guerrillas pueriles en las que camuflar su inoperancia y que sencillamente causan hilaridad entre la población sensata y absorta por tal cúmulo de ineficicacia.

Como es previsible en la era internauta, los memes retratan la situación. Lo han comprobado en carne propia los Pablos de Podemos. Ha bastado la inanición gubernamental contra el desaforado precio de la luz para que el vicepresidente se refugie en un prudente silencio después de que le afearan machaconamente aquellos llamamientos a la rebelión social que hizo cuando Mariano Rajoy tampoco movió un dedo por abaratar el kilowatio. Mudo hasta que ha vuelto a activarse el ventilador de las tropelías del monarca anterior. Y ahí ha encontrado Iglesias el terreno abonado para recuperar la cuota de relevancia que le había robado la abusiva tarifa eléctrica y echar otra pizca de sal a la herida de su atormentada relación con los socialistas. Sobre todo, después de que su enemiga directa Margarita Robles justificara con reminiscencias de la Transición el rechazo a investigar políticamente las tarjetas black del padre de Felipe VI. Una película que continuará porque asegura titulares. A Sánchez, sin embargo, solo le preocupa que con tantos contagios hasta mayo, Illa puede patinar en las urnas.