l independentismo salva al Gobierno español. ERC y EH Bildu contribuyen a precio de saldo a la mayor gloria de Pedro Sánchez. El presidente engatusa al soberanismo con promesas etéreas. Ha bastado fiar al verano del próximo año el estudio de una teórica armonización fiscal en perjuicio del Madrid de Pozuelo y del barrio de Salamanca para que el republicanismo catalán apruebe sin remilgos los presupuestos de otro país. En la causa abertzale, dan por buena la inversión en el TAV y los gastos de la Casa del Rey con tal de imaginarse cómo sería Euskal Herria sin monarquía borbónica hasta que llegue la caída del actual régimen. Por el medio, ahí queda la propina de la estéril polémica de un artificial golpe bajo al castellano en la futura Ley de Educación que apenas sirve para adornar el prurito de la identidad lingüística.

Nunca una negociación presupuestaria había sido tan ajena a la causa. Aquí se trataba sencillamente de dilucidar la resistencia de Sánchez porque decidía el signo de toda una legislatura. Todo lo demás se ha fiado a la suerte de los fondos europeos, llamados a convertirse durante varios años en una aviesa tentación del clientelismo más depredador que deberá pasar antes por la puerta de Iván Redondo. Mientras la gran industria contiene el aliento sobre su supervivencia, el turismo se tambalea y el sector servicios desarma a diario el batallón de autónomos, aquí se ha hablado de cómo frenar los desahucios, del futuro de la república vasca, de los presos de ETA y, desde luego, del caramelo envenenado de los impuestos de Madrid. En un reflejo paradigmático de la visión de Estado que acompaña a sus señorías, aún sigue sin generarse un mínimo debate riguroso sobre cómo acometer una progresiva recuperación económica, hasta dónde llegarán los ingresos, o cuál será el seguro desfase de los gastos por culpa del vendaval de la pandemia. Todo se ha reducido a una cuestión de pulso ideológico, incluso dentro del propio Consejo de Ministros, y, desde luego, a una elección entre bandos antagónicos: o el espíritu de la investidura o el caos de la derecha. Ecuación resuelta: victoria aplastante del Gobierno independentista de coalición.

La pelea deja un balance desigual. El presidente seguirá por mucho tiempo donde más le gusta, vencedor de otra guerra como buen encantador de serpientes. Pablo Iglesias flota. Inés Arrimadas, en cambio, en estado catatónico tras el desplante sufrido. Rufián, encantado otra vez de sí mismo viendo ahora a la Corte irritada por su intromisión impositiva que graciosamente le ha concedido Sánchez. Una generosidad que ese Madrid de derechas, económicamente pertrechado y unionista patriótico, maldice desde el PP y su trinchera mediática. Pero Isabel Díaz Ayuso, la valedora de esta clase agraviada, se siente ufana por este inesperado regalo. Amarrada al mástil de la injerencia y del victimismo, sabe que se asegura perpetuarse otra legislatura mientras asiste risueña a la desolación del socialismo madrileño que recibe otra palada de tierra en su tumba electoral. Ajeno a tanto embrollo, sin hacer ruido, el PNV rentabiliza su pragmatismo con la agenda vasca como socio preferente luciendo, primero, la conquista del diésel y, como traca final, la cesión de los terrenos militares de Loiola que tanto han confundido al PP, posiblemente por un golpe de ignorancia atrevida.

Con el nuevo año comenzará otro partido, distinto para todos. Principalmente para Sánchez, que ya no necesitará reprimirse cuando surjan nuevos desaires de su vicepresidente, que a buen seguro llegarán. Tiene en su mano todo lo que siempre soñó para encarar por fin a su estilo una legislatura despejada, sin sombras siquiera de esa vieja generación socialista a la que despreciará con más autosuficiencia. Europa, a su vez, le reconocerá el valor de unos presupuestos aprobados con holgura, aunque se desboque el déficit. Controlará el manguerazo financiero de la UE y así se hará más poderoso. Asistirá imperturbable al desenlace de las elecciones catalanas. Y, desde luego, seguirá demostrando que ni pestañea cuando le sigan afeando su entreguismo a las fuerzas independentistas porque ya no traerá de las orejas a Puigdemont ni negará otras seis veces un pacto con Bildu. Así, Iglesias sabe bien que será la pieza más débil cuando la coalición gripe. En el caso de Casado, deberá reinventarse decididamente y evitar el solapamiento entre un desastre en Catalunya y el esplendor de la baronesa madrileña.