oy, 16 de mayo, hará 40 años que ETA mató a mi primo Ceferino Peña cuando trataba de atender, fuera de horas de trabajo y con su hija de tres años cogida de la mano, al que creía cliente y resultó ser el asesino que puso fin a su existencia.

La mirada incomprensible de la niña, que oscilaba entre su padre caído en el suelo y el asesino que por unos instantes permaneció paralizado observando el resultado de su acción, ha dado pie a la inspiración para la creación de una novela cuyo autor, Kepa Murua, presentó recientemente: La carretera de la costa.

A ETA, presionada por la enorme respuesta y conmoción que se produjo en Zumaia y el entorno, no le quedó más alternativa que reconocer que aquel asesinato había sido un “error” y que en realidad a quien quería asesinar era a otro, que en el caso de haberlo conseguido hubiera constituido ser un “acierto”. Pidieron disculpas a la familia.

Han transcurrido 40 años pero quienes amamos y disfrutamos de la amistad y compañía de Ceferino, no olvidamos aquel trágico suceso que en aquel año 1980 se sumó a otros 92 asesinatos, en el que resultó ser el año más sangriento de la sangrienta historia de ETA.

El motivo de este recordatorio es diverso. Por un lado, reivindicar que la imagen y la figura de este buen hombre no caiga en el olvido, porque Ceferino era tan buen hombre como aquel vecino que era el verdadero objetivo, no mereciendo morir ninguno de los dos. Y por otro, que ETA se erigió en juez y verdugo de personas, disponiendo de sus irrepetibles vidas, en una estrategia absurda y quimérica mediante la que pretendía derrocar a una incipiente y débil democracia recién estrenada y, al mismo tiempo, al Estado.

Esta absurda e ingenua pretensión no generó más que dolor y la contribución a reacciones como el fallido golpe de estado del 23-F, cuyo resultado no fue otro que una sobrevaloración de la figura del jefe de este, que a partir de entonces se nos apareció como un héroe, un falso héroe.

Cuarenta años no es nada… pero es el tiempo suficiente para saber que aquella estrategia fue estéril para conseguir los demenciales objetivos que pretendían lograr. Nueve años después del cese de las acciones de ETA, todo parece indicar que estamos en un tiempo nuevo. En él parece de cajón pasar página y mirar hacia adelante, animando a muchos a olvidar lo ocurrido como si hubiera sido un accidente provocado por el azar. Animando a olvidar a quienes ejecutaron las acciones, a quienes las ordenaron y a quienes, vecinos nuestros, apoyaban social y políticamente que se hiciera.

Y es verdad, hay que mirar adelante, hay que tener la convicción de que lo que ha sucedido no debe volver a suceder y, en este sentido, quizás quienes tuvieron la suerte de no verse directamente afectados y las nuevas generaciones lleven sobre su espalda una mochila mucho más ligera para conseguirlo. El resto debemos trabajar para no olvidar el horror que hemos vivido.

Hace 80 años que finalizó la Guerra Civil española y 75 desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, hechos que la mayoría no vivimos directamente, pero cuyas consecuencias y circunstancias nos afectaron profundamente. La memoria de aquello que sucedió ha permitido que vivamos el mayor periodo de tiempo de paz que se recuerda en Europa, con excepción de la guerra de los Balcanes. No hay que olvidar que lo que sucedió en este tiempo pretérito posibilitó la construcción de la Unión Europea y la caída del muro de Berlín con las consecuencias positivas que todo ello ha supuesto para nosotros.

Mirando hacia adelante también debemos consolidar la paz en nuestro país, sin olvidar a los buenos hombres que como Ceferino fueron asesinados por otros que creían, absurdamente, en derrotar al Estado y en construir un paraíso socialista a punta de pistola.

Ayudaría que quienes apoyaron sociológica y políticamente a ETA reconozcan de una vez por todas que aquello que hicieron estuvo mal estratégica, política y moralmente, que el suyo fue un error global que obligará a generaciones de personas en Euskadi a conseguir una convivencia tan difícil como deseable, reconociendo que la muerte de mi primo, como la de todos aquellos que fueron asesinados, fue estéril no solo porque se equivocaran de objetivo, sino porque nunca puede haber acierto en matar.

Ceferino, goian bego.

Exalcalde de Zumaia