s una gran torpeza elegir un equipo de portavoces para la pandemia del COVID-19 en el que suman más los militares que los civiles. Torpeza sobre torpeza, no se puede dejar en manos de esos mandos castrenses explicaciones sanitarias que requieren interpretaciones técnicas y precisas que afectan a toda población. Y, claro, ese equilibrio en la cuerda floja salta por los aires cuando los militares se vienen arriba y hablan de lo que no deben, o de lo que no saben; o directamente meten la pata, como le ocurrió al general de la Guardia Civil José Manuel Santiago quien, sin venir a cuenta, soltó aquello de que ese cuerpo trabaja "para minimizar el clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno". Inmediatamente la perla se interpretó como debía interpretarse, que la Guardia Civil rastrea y persigue las críticas a las decisiones del Gobierno sobre la pandemia.

Independientemente del patinazo del bocachanclas y reconociendo la aberración antidemocrática de perseguir la disidencia a la gestión oficial del coronavirus, hay que constatar que en este aciago episodio están proliferando de manera desmesurada en las redes y en algunos medios de comunicación bulos, mentiras y exageraciones sobre la pandemia; todos en la misma dirección, o sea, para desacreditar al Gobierno de Pedro Sánchez y aprovechar que le ha tocado gestionar esta catástrofe para desgastarle o, sin más miramientos, para apuntillarle.

Esta verdadera epidemia de noticias falsas, no nos engañemos, es un feroz ataque a la democracia desde el anonimato que fomenta la falta de pensamiento crítico y se aprovecha de él. Una maniobra de subversión que se vale de incondicionales fanáticos adictos a las redes, dispuestos a llenarlas de mensajes malintencionados para provocar odio ideológico y desasosiego social. Incendiado el ambiente informativo a base de desinformación, lo mismo vale publicar en una portada la foto trucada de la Gran Vía madrileña plagada de ataúdes, que propagar la creación premeditada del coronavirus por China, que se reservó una planta del Hospital Puerta de Hierro para la familia de Pedro Sánchez€ No es cierto el vídeo de una manifestación de musulmanes en Valencia en pleno confinamiento, ni la autorización a aviones militares para fumigar desde el aire, ni el vídeo del motín en la cárcel de Alhaurín por falta de atención médica a los reclusos€ Infinidad de tuits, vídeos y mensajes reproducidos y reenviados de los que todos somos víctimas.

Este verdadera pandemia de bulos provoca una peligrosa pérdida de credibilidad en la información que recibimos y una creciente desconfianza de la ciudadanía en las instituciones y, como consecuencia, en la democracia. Teniendo en cuenta el derecho de la gente a recibir información veraz y que los medios de comunicación son esenciales para el funcionamiento de la democracia, es desolador que en España la credibilidad de los medios no pasa del 43% y que el 68% de los usuarios reconozcan que no pueden distinguir qué es real y qué es falso en Internet, según un estudio de la Universidad de Oxford.

Es alarmante que en esta crisis del coronavirus los medios de comunicación sean la fuente menos fiable y más todavía que el origen de la mayor parte de los bulos tenga su raíz en ámbitos de extrema derecha que se aprovechan de la credibilidad y la falta de criterio de amplias capas de la población, dispuestas a tragarse cualquier patraña. Por supuesto, no puede aceptarse que los tricornios persigan las críticas a la gestión del Gobierno ni que se coarte la libertad de expresión, pero por esa misma exigencia democrática hay que frenar esa marea de bulos y mentiras que desde gabinetes políticos invaden las redes sociales.