1.Hemos interiorizado que se puede parar casi todo, y la vida continúa, aunque parar temporalmente acarrea unas consecuencias sociales y económicas que nunca imaginamos, sabemos lo débiles que somos. Hay trabajadores a los que las consecuencias de esta parada de la actividad les ha afectado muy negativamente, y a otros, en nada. Los temporales, despedidos por “fin de obra”, los autónomos sin ingresos, y los empleos fijos de lo público, con el sueldo íntegro, y sin ERTE aplicado, aunque no trabajen. Y también trabajadores precarios, hoy imprescindibles. El modelo asistencial de las residencias de mayores está en entredicho. La mortalidad en residencias está suponiendo la mitad de las muertes en esta pandemia. El doble reconfinamiento al que hemos sometido a nuestros mayores se ha cebado con ellos, en su mortalidad y en sus sentimientos. Y los niños no saben de esto. Confinados y sin clase. Su lugar natural es el juego, el aire libre, la escuela. Y no les dejamos. Me pregunto si es momento de hablar de Dios, o de callar de Dios. Y pienso que Dios no ayuda con una omnipotencia ausente, sino con su propia debilidad que, en medio de la pandemia, sufrió con muerte de cruz.

2.Hemos de asumir la importancia de garantizar los ingresos de las familias. Hay mucha gente que vive al día. La garantía de rentas mínimas no tan condicionadas, incluso la “moneda helicóptero”, ya no son ideas descabellados. El referente de las acciones no puede ser otro que los más vulnerables, y no solo personas, también empresas en crisis, grandes y pequeñas.

3.Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa blindó el Estado de Bienestar, con claras contraprestaciones sociales y laborales, y los partidos de izquierda y sindicatos reconocieron la centralidad de la economía de mercado renunciando a la lucha de clases. Esto funcionó hasta finales del siglo XX. Luego hemos ido desestructurando aquel gran acuerdo con la incidencia del liberalismo, del neoliberalismo y del iliberalismo, de manera que algunos acuerdos sociales han quedado desmantelados, con un aumento progresivo de las desigualdades. Ha llegado el momento de que esta nueva reconstrucción se haga sobre bases consensuadas en las que no volvamos a la situación anterior a esta pandemia, que seamos capaces de reorganizar nuestro modelo social, de manera que el resultado sea una sociedad que reconozca sus limitaciones, el deber de todos a contribuir con nuestras capacidades y el derecho de todos a estar social y económicamente protegidos de situaciones de vulnerabilidad.

4.Me parece que hemos aprendido a reconocer a los que tenemos cerca, y a valorar la tierra que habitamos, disfrutando al mirar por la ventana. Hemos de repensar nuestros hábitos, porque la vida cambiará, y podemos hacer que sea para mejor, personal y colectivamente. Seremos más prudentes, y hemos descubierto que desde casa también podemos mantener y cultivar nuestras relaciones y amistades, que podemos trabajar, que las tecnologías sirven para comunicar, trabajar y aprender. Ahora sabemos que lo que consideramos imprescindible para nuestra vida, no siempre lo es. No pasa nada si no hay partidos de fútbol. Podemos acceder a la cultura por medios electrónicos, y los libros nos esperan siempre.