la suspensión del Mobile es mucho más que un sopapo económico. Lleva inoculado el estigma de un futuro peligrosamente incierto más allá de la duda sobre el motivo determinante para su fatal desenlace. Nadie quiere caer públicamente en el alarmismo, aunque una desazón incipiente se hace hueco en medio del tedioso debate político que sigue enervado sin remisión. La suspensión de la auténtica cita mundial en Europa con los avances tecnológicos ha provocado, además de pérdidas económicas y conflictos con las millonarias indemnizaciones, la incertidumbre sobre la magnitud de los inapelables efectos negativos que para la coyuntura a medio plazo tendrá esta desbordada pandemia china. Dentro de casa, Pedro Sánchez no quiere que se le abra ninguna vía de agua que desvirtúe el espíritu expansivo de sus Presupuestos. Las movilizaciones agrarias se saben cómo empiezan pero no cómo acaban. Quizá esta inquietud económica justifique en condición de asunto de Estado su sorprendente cita con Pablo Casado del próximo lunes. Un encuentro cuando todavía siguen latentes los gritos de "dimisión, dimisión" de los irritados diputados del PP contra José Luis Ábalos en el estéril pleno del Congreso sobre la llegada de la vicepresidenta de Venezuela a Barajas. O, tal vez, solo sirva para exhibir la imagen de que el líder (?) de la oposición desdeña la más mínima vía de entendimiento y así fortalecer la imagen presidencial de precursor del diálogo entre diferentes.

La derecha, bastante tiene con lo suyo. A ratos alborotada, peleándose por encontrar esa imposible unidad de acción en el declive errático de Ciudadanos. Y siempre sin descanso buscando el hueso donde morder al gobierno de coalición. En el frontispicio de su argumentario matinal siempre aparece grabado a fuego la leyenda de que España se despeña por ese pacto con bolivarianos, independentistas y filoetarras. A partir de ahí, va incorporando frentes de batalla puntuales como el caso de Delcy Rodríguez -ayudado por la sonrojante versatilidad del ministro de Transportes para dar siete versiones distintas de un mismo hecho sin cambiar de rictus-, o el de la eutanasia, donde el portavoz del PP, licenciado en Medicina, es capaz de afirmar, sin ser apercibido por sus mayores, que todo se reduce a una maniobra del PSOE para ahorrarse costes sociales. Pero ni una palabra ni una iniciativa parlamentaria sobre el Mobile, la previsible derivada económica, la financiación autonómica o, incluso, cuál será el plan industrial durante la transición ecológica. En esa pasmosa inacción coinciden con Vox, pero Abascal está en otra onda, sus intereses son distintos.

Frente a esta desconexión con la realidad, donde en la calle la cuestión venezolana hace tiempo que aparece descontada para tristeza de los demócratas, Sánchez solo tiene ojos para cuidar bajo palio los Presupuestos y, por tanto, a ERC cada vez que tose. Basta que Rufián pida una recompensa moral para Lluis Companys para que el presidente acuda solícito para asegurársela por anticipado como hizo el miércoles en el Parlamento. Sin embargo, toda complicidad desde La Moncloa puede resultar escasa de cara a saciar las exigencias del soberanismo catalán. Los avances en este incipiente diálogo no dejan de ser estéticos. La auténtica cuestión de fondo sigue siendo una roca difícil de mover, un hueso enrevesado para tragar. La mera representación en la futura mesa de diálogo está suponiendo un dolor de muelas. La presión catalana no deja de crecer porque le alienta un ambiente de interés electoral plagado de recelos entre los dos grandes favoritos, que caminan en las encuestas mucho más igualados de lo que quisieran Junqueras y Sánchez. A ese clima que enmaraña la sensatez obedecen esas reticencias que empiezan a aflorar cuando se trata de explorar cuáles son las posiciones reales de cada parte negociadora y dónde está su límite de exigencia y de concesión. En una palabra, entre los 22 puntos del Gobierno socialista y los 44 de Quim Torra hay un océano que preocupa. Queda abierta formalmente la puerta del diálogo, pero es imposible otear el horizonte en medio de una confrontación electoral en Catalunya. O tal vez es el momento oportuno del presidente para jugar con los tiempos que le acerquen, poco a poco, al debate presupuestario, la clave de bóveda de su estrategia.