“si quieres la paz, prepara la guerra” afirma la máxima del escritor romano Vegecio. Un canto a la guerra como única forma de conseguir la paz entre iguales, que parece más acertado que nunca en el actual panorama mundial tras la invasión de Ucrania, con un rearme global y un nuevo realineamiento en bloques confrontados, donde la acendrada neutralidad de naciones como Suecia y Finlandia parece haber pasado a la historia.

El fin de la neutralidad de ambos países marca un hito importante en la historia europea. Ambos países, con distintos condicionamientos históricos y legitimados por distintas ideologías y justificaciones políticas, han mantenido el estandarte de la neutralidad antes y después de la Guerra Fría, blandiendo la posibilidad de la independencia en un mundo partido en bloques antagónicos. El fin de esta neutralidad, que puede escenificarse oficialmente en la Cumbre de Madrid de la OTAN, supondrá un antes y un después para ambas naciones y marcará el futuro de Europa.

Quizás el caso finlandés sea el más conocido. Flanqueados por suecos y rusos, los finlandeses han sufrido recurrentes invasiones de ambos vecinos. En 1917, aprovechando el caos de la revolución rusa, Finlandia logró separarse del imperio ruso, y tras una brutal guerra civil entre “blancos” y “rojos”, en la que los comunistas finlandeses fueron derrotados, logró independizarse del yugo ruso y conformar su propio estado soberano.

Una independencia efímera

Pero la independencia no duró mucho, condicionada por los tambores de guerra que recorrían Europa en los años 30. Un Stalin cada vez más atemorizado por Hitler era incapaz de conciliar el sueño sabiendo que Leningrado se encontraba a 32 kilómetros de la frontera finlandesa. Una frontera de más de 1.300 kilómetros de extensión difícilmente defendible y que podía ser clave para un intento de invasión de la Unión Soviética.

Stalin no dudó en presionar a los finlandeses para que le permitiesen anexionarse regiones estratégicas de la frontera finlandesa, justificándolo con la necesidad de asegurarse una posición defensiva en caso de que Hitler intentase invadir la URSS desde Finlandia. Los finlandeses decidieron negarse antes que poner en riesgo su independencia entregando a Stalin territorios de su patria. Las negociaciones fracasaron, y llegó la hora de las armas.

El 23 de agosto, soviéticos y nazis firmaban el pacto Ribbentrop-Mólotov por el que la URSS y la Alemania se repartían Polonia y otros territorios del este. Stalin ganaba tiempo para prepararse para el futuro ataque de su circunstancial aliado. Era el momento también de asegurar el flanco finlandés cerrando de esta manera todas las puertas a una futura invasión. El 26 de noviembre empezaron a tronar los cañones en la parte soviética de la frontera común fino-soviética. Comenzaba así lo que se conocería como la Guerra de Invierno.

Una lucha david contra Goliat

Los finlandeses, con muchos menos efectivos y armamento que los soviéticos, libraron una nueva lucha de David contra Goliat. Gustaf Mannerheim, un antiguo general que sirvió en el ejército imperial ruso, fue el encargado de liderar la defensa contra la Unión Soviética. Los finlandeses tenían claro que la victoria era imposible, la única posibilidad era aguantar y esperar la ayuda de algún tercer país. Hasta aquel momento solo cabía resistir.

Mannerheim decidió olvidarse de defender la tan extensa frontera y se centró en las zonas claves de comunicaciones, creando un cinturón de defensas que se valía de las características de los bosques finlandeses. La que sería conocida como la línea Mannerheim, junto a una guerra de guerrillas llevada a cabo por pequeñas partidas de hombres con esquís sería la táctica finlandesa que esperaba la llegada de los invasores soviéticos.

Estos trataron de replicar la Blitzkrieg germana, pero no estaban preparados para las condiciones extremas de los bosques finlandeses, además de ser liderados por un grupo de oficiales diezmado por las purgas de Stalin. Tras 105 días de guerra, Finlandia se vio obligada a negociar, pero logró mantener libre la mayor parte de su territorio, frente a un Stalin horrorizado ante el desgaste que había sufrido su ejército a manos de los finlandeses.

La guerra continuó meses más tarde, con la denominada Guerra de Continuación, cuando la Alemania nazi, tras haber comenzado la invasión de la URSS, ayudó a Finlandia a recobrar lo que había perdido meses atrás. Esta alianza fino-germana alcanzó hasta el principio del fin de los nazis, cuando fineses y soviéticos sellaron un nuevo tratado por el que la Unión Soviética recobraba los territorios arrebatados en la guerra del 39 a la vez que respetaba la independencia de Finlandia.

Evitar toda provocación

Este acuerdo se mantuvo tras la guerra y conformó la política exterior finlandesa, cuyo fin primordial fue evitar toda provocación a su vecino del este manteniendo estrictamente la neutralidad. Esta estrategia fue calificada despectivamente por las potencias occidentales como “finlandización”, entendiendo la neutralidad finesa como resultado del vasallaje ante un vecino más poderoso. Los finlandeses lo entendían de una manera distinta, como una política realista que servía para mantener el país independiente ante el peligro de una intervención soviética.

Si en el caso finlandés la neutralidad se debía a la coyuntura geográfica, el caso sueco era bastante diferente. Su neutralidad se basaba en una concepción ideológica surgida tras el desastre de su intervención en las guerras napoleónicas, en las que perdieron Finlandia ante el Imperio ruso. A partir de entonces, el país decidió evitar intervenir en conflicto exterior alguno posicionándose a favor de ninguno de los contendientes, opción que a los suecos les resultaría muy difícil mantener en los dos siglos posteriores.

La Guerra de Invierno de Suecia

La Guerra de Invierno fue uno de los mayores desafíos para la neutralidad sueca, pues a Suecia no se le escapaba que una victoria soviética podría poner en peligro su propia soberanía. Suecia evitó intervenir oficialmente en el conflicto, pero ayudó en lo material todo lo que pudo a su vecino. Mucho más difícil le resultó mantener la neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial, con Dinamarca y Noruega invadidas por los nazis. Sin embargo, Suecia consiguió nadar y guardar la ropa, ayudando a la inteligencia aliada a la vez que suministraba materias primas a los alemanes.

Tras la guerra, y con el gobierno socialdemócrata, Suecia y su neutralidad se convertirían en todo un hito en el panorama internacional. Fue sobre todo gracias a la figura de Olof Palme, posiblemente el político sueco más conocido a nivel internacional durante la Guerra Fría, cuando Suecia optó por una “neutralidad activa” que no solo se basaba en el no alineamiento oficial con los bandos soviético y occidental, sino que también se sustentaba en el apoyo a causas internacionales y en servir de puente de comunicación entre ambos mundos enfrentados.

Equidistancia ante los bloques

El ex primer ministro asesinado Olof Palme criticó tanto a los norteamericanos por la guerra de Vietnam, como a los soviéticos por las incursiones de sus submarinos en aguas suecas. Esta equidistancia frente a los dos bloques en conflicto le dio al político sueco la libertad e independencia para apoyar la lucha de Mandela en Sudáfrica, a los países que luchaban por su independencia en los procesos de descolonización y para servir como mediador tras brutales guerras como la de Irán-Irak.

No es casualidad que el que fuera mano derecha de Palme, Pierre Schori, haya criticado la postura de incorporación a la OTAN de Suecia como una traición a la Suecia que Palme encarnó. Para Schori, la neutralidad que Suecia ha abanderado durante 200 años permitió al país jugar un papel como potencia mediadora en los conflictos internacionales, a la vez que le posibilitó abanderar un papel estelar en la lucha contra la proliferación de las armas nucleares. Esto cambiará de forma radical cuando se dé el ingreso formal en la Alianza Atlántica, echando por tierra con ello, según Schori, el trabajo de generaciones en favor de la solidaridad y la paz internacionales.

Un cambio de época en la OTAN

La cumbre de la OTAN de Madrid, por tanto, puede marcar un cambio de época. Aunque Turquía consiga retrasar con su veto la incorporación de ambos países al pacto occidental, la simple escenificación de la petición oficial de incorporación tendrá de por sí profundas consecuencias en sus respectivas historias nacionales. Pero también será un punto y aparte para el proyecto europeo. Dos países que, por distintas razones y bajo diferentes condicionantes históricas abanderaron la neutralidad, y que, tras la invasión de Ucrania, ven en la OTAN la única salida a su seguridad nacional. Un adiós a la neutralidad que parece ser premonitorio de lo que le espera a Europa y al mundo en los próximos años...