- La perspectiva de una hipotética paz entre israelíes y palestinos se atisba lejana en Oriente Próximo. La inestabilidad política en Israel, las tensiones entre las facciones palestinas y la reconfiguración del contexto regional complican la reanudación de unas conversaciones que quedaron archivadas sine die hace ocho años.

El último intento negociador llegó en Israel de la mano de Benjamin Netanyahu, en un momento de estabilidad que en nada se parece al actual, con ocho partidos luchando de forma prácticamente diaria por salvar una coalición de Gobierno que aglutina desde facciones de izquierda a ultranacionalistas y, por primera vez, con presencia de árabes. Una amalgama de intereses donde no se contempla reabrir viejas heridas y acrecentar divisiones. De hecho, el primer ministro, Naftali Bennett, se opone a una solución de dos Estados entre israelíes y palestinos, la tesis más defendida en la escena internacional para firmar la paz y por la que aboga también la otra gran pata de la actual coalición, el titular de Exteriores, Yair Lapid.

Palestina reclama un Estado con las fronteras previas a 1967 y con Jerusalén Este como capital, si bien sobre la mesa hay también otros asuntos espinosos como el de los refugiados, ya que actualmente hay más de cinco millones de palestinos reconocidos como tal en varios países de la zona, en virtud de su ascendencia. A nivel ciudadano, esta fórmula que pasa por la convivencia con delimitaciones territoriales claras ha perdido cierto nivel de apoyo en Israel en los últimos años. La apoya el 40% de la población, según un sondeo del Instituto de Democracia que mantiene no obstante esta opción como la más popular, por encima de la prolongación del actual statu quo o de la creación de un único Estado.

La división política también es palpable en el lado palestino, que no celebra elecciones presidenciales desde 2005 y parlamentarias desde 2006. El pulso entre las dos principales facciones -Al Fatá, que controla Cisjordania, y Hamás, al mando de la Franja de Gaza- se mantiene y pocos se atreven a pronosticar qué pasará una vez concluya la etapa del histórico dirigente Mahmud Abbas, de 87 años, al frente de la Autoridad Palestina. Con Abbas en el poder surgió el último intento negociador y el veterano líder palestino ha contenido hasta la fecha el ruido de espadas de quienes comienzan ya a mover ficha y tomar posiciones para ganar peso en la futura etapa que se abre en suelo palestino.

El principal temor israelí en este ámbito es que Hamás también se haga fuerte en Cisjordania, un territorio con el que a día de hoy hay una interlocución en cuestiones básicas como la recaudación de impuestos o los permisos de entrada. No en vano, Israel basa gran parte de sus alegatos políticos, de seguridad e incluso sociales en las amenazas a las que se enfrenta en sus diversos frentes. Al foco gazací se suman también las fronteras con países limítrofes como Líbano y Siria, principalmente por la presencia de Hezbolá, un grupo al que las autoridades israelíes acusan de estar fabricando ya misiles inteligentes y rendir cuentas ante Irán.

Otro de los potenciales lastres a las negociaciones es el concepto de necesidad. El Ejecutivo israelí parte de la idea de que los pactos para normalizar relaciones con Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Bahréin, bautizados como los Acuerdos de Abraham, y los acercamientos a Marruecos y Sudán supusieron un punto de inflexión: ya no sería necesario firmar la paz con los palestinos para tejer alianzas con el mundo árabe. Los citados acuerdos, además, cuentan con Estados Unidos como principal valedor externo y las autoridades israelíes han enfatizado no solo su repercusión política sino también práctica. l