n 2014 un incendio destruyó la casa de la familia Stone en Seattle. No tenían seguro. Katherine Stone, de 21 años, se mudó, pero sus padres tuvieron que permanecer en las ruinas, haciendo frente a las deudas. En esas circunstancias supieron que Natalie Dylan había intentado vender su virginidad en 2008 para pagar la matrícula de la universidad. Katherine recurrió entonces al magnate de la prostitución en Nevada Dennis Hof y llegó a un acuerdo con él para subastar su virginidad. La puja comenzaría en 400.000 dólares; 50% para ella y el resto para él.

En opinión de Hof, que aseguraba recibir dos o tres solicitudes similares a la semana, “es su elección. No creo que sea una buena idea que una chica se beba seis tequilas y pierda la virginidad en el suelo del baño de una fraternidad... Si quiere [venderlo], creo que es genial”. Stone expresó en relación a los ideales culturales sobre la virginidad de las mujeres que “la gente dice que debes hacerlo por amor... y yo espero a un hombre con el que conecte para que la experiencia sea especial para los dos... Realmente no se trata solo del dinero”. Pero luego agregó, “tengo derecho a elegir lo que hago con mi cuerpo, y en el contexto de esta crisis económica, ¿quién puede culparme?”

No es el único caso. En enero de 2018, “el mundialmente famoso dueño del Moonlite BunnyRanch” anuncio la subasta de Bailey Gibson, de 23 años. Ella aseguro: “Soy virgen al cien por cien, de verdad, y mi médico lo certificará”. Hof sostuvo que entregaría un certificado acreditando que “es una auténtica virgen”. Se dio nueve meses a los postores para hacer sus ofertas.

Pero ahora son Angela Delgado-Williams y una mujer sin identificar de California, dos personas obligadas a prostituirse, las que elevan una demanda contra el estado de Nevada por proteger el comercio y la esclavitud sexual durante décadas. Siendo la libertad uno de los derechos básicos de la persona, afirman, “es una facultad que se niega a numerosas mujeres y niñas en Nevada, donde se las compra y vende a la sombra del lucrativo y glamuroso monumento al derecho sexual masculino: el complejo industrial de prostitución del estado”. Nevada es el único estado de la unión donde la prostitución es legal. Existen 21 burdeles en siete de los veinte condados del estado. Las leyes permiten otorgar licencias a prostíbulos en localidades de menos de 700.000 habitantes, pero a menudo las leyes estatales y federales sobre tráfico sexual, publicidad y servidumbre por deudas no se cumplen o incluso se transgreden, permitiendo a los traficantes operar con impunidad. En consecuencia, las demandantes alegan que, al amparo de la prostitución legal en los condados rurales de Nevada, muchas mujeres han sido obligadas a prostituirse.

Tal es el caso de Jamal Rashid, estrella de la serie televisiva Love & Hip Hop: Hollywood, que dirigía abiertamente en Las Vegas varios negocios ilegales de prostitución a partir de 2002. En 2005 sus empresas se habían convertido en un lucrativo negocio a escala federal. Su red contaba con cientos de mujeres que actuaban como contratistas independientes, pagando a una empresa una parte de sus ingresos, o en la agencia Priority girls, donde ejercían exclusivamente para él, a quien entregaban la práctica totalidad de sus ganancias. Priority Girls cobraba entre 1.000 y 10.000 dólares por cita, pero las mujeres percibían 100. Además, para convertirse en “chicas prioritarias” se les prohibía tener relaciones afectivas a título personal y se les obligaba a hacerse un tatuaje de Rashid “para demostrar su lealtad hacia él”. A pesar de la necesaria visibilidad de su negocio, tras realizar una “extensa investigación” en 2010, la policía de Las Vegas no encontró evidencias contra Rashid. Tal como afirmó el abogado Benjamin Bull a Las Vegas Review Journal, el tratamiento del tráfico sexual en Nevada estaba “podrido hasta la médula”. Tuvo que intervenir el FBI y, tras entrevistar a unas 40 mujeres y 55 testigos y confiscar unas 50.000 páginas de documentación, logró las pruebas necesarias para sentenciar a Rashid a 33 meses de prisión federal.

Christen Price, asesor legal del Centro Nacional de Explotación Sexual, dijo que “el sistema legal de prostitución de Nevada ha contribuido inherentemente al tráfico sexual de las demandantes, tanto en beneficio de los compradores de sexo que acuden en masa a Nevada, como en beneficio del estado y su industria turística”. Y los datos corroboran sus palabras. Los 21 burdeles legales, en los que trabajan unas 250 mujeres, generan unos 75 millones de dólares al año en Nevada, y el estado recauda el 9%. Pero esto no es sino la punta del iceberg. Únicamente un 5% o 10% del negocio de la prostitución es legal en Nevada y, tal como aduce Angela Delgado, más de un tercio de los ingresos anuales que genera la prostitución ilegal en los Estados Unidos se recaudan en Las Vegas, que factura alrededor de 5.000 millones de dólares anuales. Y es que Fabulous Las Vegas es una glamurosa ciudad que recibe 42,5 millones de visitantes al año. Unos 32.000 de ellos visitan el museo de historia. La policía metropolitana arresta a unas 300 o 400 mujeres al mes por ejercer la prostitución, pero estas detenciones raramente conducen al arresto de proxenetas o al cierre de clubs. Unos 400 menores son extraídos anualmente de las redes de prostitución en Las Vegas.

Desde diferentes prismas del feminismo se ha entendido históricamente que la prostitución es una evidente forma de explotación. Tal ha sido la postura de muchas de las figuras históricas de estos movimientos en pro de los derechos humanos, desde Olympe de Gouges y Mary Wollestonecraft, hasta las líderes del anarcosindicalismo más extremo de principios y mediados del siglo XX. En la actualidad, Julie Bindely Melissa Farley son dos de las figuras más destacadas en la lucha por la abolición del tráfico sexual en Nevada. En un informe de 2007 titulado Prostitución y trata en Nevada, Farley afirmó que lo que sucede en los burdeles es acoso y explotación, y violación. Añadió que más del 80% de las mujeres entrevistadas querían abandonar la prostitución, pero no podían. Estas mujeres han sido extraídas de sus lugares de origen en países pobres y forzadas a ejercer de prostitutas sin papeles. La mayoría -de las que se atreven a hablar- afirma que lo que hacen no es trabajo, sino explotación; que no se trata en modo alguno de libertad sexual, y que el deseo es en todos los casos unidireccional y, en consecuencia, que no es en modo alguno empoderante sino que, mediante la cosificación de la mujer, la sume una vez más en la esclavitud al servicio de los deseos del usuario, que es un hombre.

Desde el abolicionismo no se cuestiona la decisión de las mujeres, sino las causas que la condicionan porque, ¿quién ejerce el derecho de elección en el contexto de la prostitución? La abolición del sistema prostitucional y la erradicación sociocultural de sus causas es el único camino hacia la igualdad puesto que, tal como afirma Françoise Héritier, decir que las mujeres tienen derecho a vender su sexo significa aceptar que los hombres tienen derecho a comprarlo. El problema -ha dicho Janice G. Raymond- es doble: qué induce a las mujeres a la prostitución y qué conduce a muchos hombres a comprar los cuerpos de millones de mujeres y niñas, y llamar a eso sexo. ¿Y qué empuja a las sociedades a aceptarlo?