ony Judt escribió: “Nos relajamos y nos congratulamos por haber ganado la Guerra Fría: una forma segura de perder la paz. Los años que van de 1989 a 2009 fueron devorados por las langostas”. El 25 de junio de 1991 Eslovenia y Croacia proclamaban su independencia. Todo apuntaba a un nuevo episodio del desmoronamiento del comunismo en el este de Europa. Nadie sospechaba lo que le esperaba a la antigua Yugoslavia. En los siguientes años sería devorada por uno de los conflictos más sangrientos de las últimas décadas.

En 1991 Europa se encontraba eufórica. Alemania se había reunificado y los países del este se estaban sacudiendo del comunismo. Quedaban pocos meses para el tratado de Maastricht y la fundación de la Comunidad Europea. Los Estados Unidos habían metido en vereda a Sadam Hussein en Kuwait. Todo era optimismo. Pero en unos pocos meses, los diarios de todo el mundo volvieron a usar términos como limpieza étnica o campo de concentración, trayendo a la memoria recuerdos que parecían haber sido olvidados. El Vietnam europeo, como fue conocido, estaba a punto de estallar.

Pero para entender el origen de aquel conflicto resulta inevitable conocer la complicada historia de los Balcanes. Cruce entre el occidente europeo, el este eslavo y el islam otomano, la región refleja esta herencia en sus distintas identidades nacionales. Croatas y eslovenos católicos y cercanos a la órbita germana, serbios ortodoxos y cercanos al mundo eslavo, y bosniacos musulmanes herederos de la influencia otomana, junto a montenegrinos, macedonios y albaneses conformaban una de las regiones más heterogéneas desde el punto de vista cultural y político de toda Europa.

Divididos y repartidos durante siglos entre el imperio austro-húngaro, el ruso y el otomano, a partir de la Revolución Francesa surgió la idea de unión en una futura Yugoslavia (País de los eslavos del sur) como única forma de liberación de la tiranía de los distintos imperios que los rodeaban. En 1919, por fin, lo lograrían a través del Reino de Serbia. Pero aquella experiencia histórica fracasó por el excesivo centralismo de la monarquía serbia, creando tensiones con los otros grupos nacionales, llegando incluso en el caso de los croatas a apoyar a los alemanes en la II Guerra Mundial, enfrentándose a los serbios en busca de un Estado propio.

Fue durante este conflicto mundial cuando un líder comunista partisano, apodado Tito, no sólo logró expulsar a los alemanes, sino que instauró un régimen comunista al margen de Moscú, uniendo a los distintos grupos nacionales en lo que sería la Yugoslavia moderna. Su mayor logro consistió en entender las viejas rencillas históricas entre las distintas nacionalidades que la conformaban y crear para ellos una nueva Yugoslavia conformada como un estado federal por seis repúblicas: Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Bosnia y Montenegro. Cada república poseía su parlamento y un alto nivel de autonomía, tomando las decisiones que afectaban a todo el país de manera conjunta a través de un consejo en el que estaba un representante de cada república.

La generación de Tito conocía bien el gran peligro de resucitar los viejos rencores entre los distintos grupos nacionales, por lo que supieron mantener la estabilidad y lograron que ninguna república estuviese por encima de las demás. Pero tras la muerte de Tito en 1980, la nueva generación olvidó la lección del viejo dictador. Cada república y sus respectivos líderes se lanzaron a lograr mayores cotas de autonomía y ventajas para sí mismas olvidándose del resto. El proyecto común de Yugoslavia iba quedándose atrás, junto a su sustento ideológico, el comunismo, que ya hacía aguas en la Europa del este, y al que la Perestroika de Gorbachov era incapaz de insuflar aire en la URSS. Poco a poco una nueva generación de líderes fue tomando el poder en las repúblicas yugoslavas, dejando a un lado el comunismo y optando por el nacionalismo y la independencia de cada república como única opción.

Eslovenia y Croacia fueron las primeras en seguir esta vía. Las nuevas libertades democráticas que llegaron a imitación de la Perestroika de Gorbachov pusieron al frente de las distintas repúblicas a los nacionalistas que habían sido reprimidos por los comunistas durante décadas. Estos no tardaron en preparar su futura independencia. El 25 de junio Eslovenia proclamó su independencia de Yugoslavia. Horas después lo hizo Croacia. Comenzaba la descomposición de Yugoslavia.

El ejército yugoslavo, única institución que aún creía en una Yugoslavia unida, se lanzó a evitar la independencia de los eslovenos y a la defensa de la minoría serbia de la región de Krajina en Croacia. Los eslovenos, bien preparados militarmente, vencieron. En Croacia, el ejército yugoslavo fue capaz de avanzar hasta casi hacerse con todo el país. Pero para entonces, el líder serbio Milosevic ya tenía claro que tanto Croacia y Eslovenia serían independientes. El ejército yugoslavo paró su ofensiva y salió de Croacia. El verdadero botín estaba en otra parte, en Bosnia.

Bosnia, a pesar de ser de mayoría musulmana, también tenía una importante minoría serbia y croata. El líder serbio Milosevic, y el croata Tudjman ya habían sellado formalmente su intención de repartirse Bosnia en su encuentro en Karadordevo. Cuando Bosnia optó por la independencia, el líder bosnio Izetbegovic se negó a que su territorio fuese repartido entre Serbia y Croacia. Milosevic y Tudjman pensaban que occidente no apoyaría a un estado musulmán en el corazón de Europa y creían tener las manos libres para incorporar las regiones de mayoría serbia y croata a sus respectivos países. Comenzaba la guerra de Bosnia.

Los serbios de Bosnia, liderados políticamente por el psiquiatra Radovan Karadzic y militarmente por el general Mladic, se lanzaron a la “limpieza” de la zona serbobosnia. Era la hora de los tristemente famosos paramilitares, que se lanzaron al asesinato y la violencia contra los bosnios musulmanes para expulsarlos de la zona serbia. Los actos brutales de estos tuvieron respuesta también desde el lado bosnio y el croata. Las acciones brutales de unos justificaban las crueldades de los otros. La limpieza étnica, los campos de concentración y las violaciones en masa volvían a Europa medio siglo después. La violencia más brutal se había desatado en los Balcanes, y nadie parecía ser capaz de pararla.

El gran símbolo de aquella barbarie fue el asedio de Sarajevo. Rodeada por los serbobosnios, bombardeada por la artillería y atacada diariamente por los francotiradores, las imágenes del sufrimiento de los ciudadanos y ciudadanas de la capital bosnia llegaban cada día a través de la televisión a los hogares de medio mundo. Europa era incapaz de frenar aquella explosión de violencia que se estaba produciendo a dos horas de avión de la mayoría de las capitales europeas. Incluso los cascos azules eran incapaces de mantener la paz. Ninguna de las partes en conflicto parecía dar su brazo a torcer.

Al final, fue la intervención norteamericana la que paró aquella barbarie. Tomando como excusa las matanzas con morteros sobre la población de Sarajevo, los Estados Unidos impusieron la solución confederal al problema bosnio. Ni croatas ni serbios incorporarían territorio bosnio a sus países, pero las zonas en las que se encontraban sus respectivas minorías formarían distintas zonas autónomas. Surgía así el nuevo Estado bosnio, una confederación de tres pequeños estados, bosnio, croata y serbio, cuyo funcionamiento administrativo es uno de las más intricados del mundo.

Pero antes de que se lograse el acuerdo final, un último episodio sangriento sirvió de colofón a aquella espiral de violencia. El 13 de julio de 1995 tropas serbias entraron en el enclave de Srebrenica, donde miles de musulmanes se habían refugiado de los ataques de los paramilitares serbobosnios. Las tropas de Mladic expulsaron a miles, a la vez que masacraron a 8.000 de ellos, niños incluidos. Fue el episodio más brutal de una guerra que duró tres años, y en el que 2 millones de personas fueron desplazadas de sus hogares y murieron unas 100.000 personas. Srebrenica será conocida como la cicatriz de Europa y quedaría como símbolo de la incapacidad y la lentitud de las instituciones europeas e internacionales para poner freno a aquella brutal guerra.

Pero una vez acabada la guerra de Bosnia la paz no llegó a los Balcanes. Todavía restaba una guerra que librar en Macedonia y la intervención norteamericana en Serbia en apoyo a los independentistas de Kosovo. Demasiadas guerras y sangre para una región tan pequeña que aún no se ha recuperado de un conflicto que no sólo tiñó de sangre a los Balcanes, sino que también enseñó a Europa que las guerras y la violencia no eran sólo cosa de otros continentes o del pasado. 30 años después, la cicatriz de Europa sigue sin cerrarse del todo.