a frase "censura de prensa" evoca regímenes dictatoriales, en que los medios informativos se hallan en constante peligro de persecución jurídica, represalias a su personal si divulgan noticias desagradables para el gobierno, amenazas de cierre temporal o definitivo de sus publicaciones e incluso, como nuestros veteranos colegas recuerdan, han de someter los artículos y comentarios a una censura previa.

En sentido contrario, los medios informativos pueden "filtrar" las informaciones no deseadas en algo que en Estados Unidos se conoce como the spike, algo así como un pincho en el que las redacciones colocan noticias a descartar porque no encajan con su línea editorial. En un país en el que la libertad de prensa es sagrada e incluso está prevista en la primera enmienda de la Constitución, tales prácticas tienen un efecto importante en las campañas electorales y en las corrientes de opinión.

Esto explica que la prensa sea conocida aquí como "el cuarto poder", es decir, el que las realidades políticas han añadido a los tres poderes, judicial, legislativo y ejecutivo, reconocidos en la Constitución.

Pero el coronavirus no solo afecta la vida diaria y paraliza la economía del país, sino que también ha vuelto del revés la censura de prensa: ahora no son los medios informativos quienes han de temer a sus censores, sino que son los periodistas quienes censuran al presidente.

Donald Trump es sin duda el más asequible de todos los ocupantes de la Casa Blanca: da con frecuencia declaraciones a la prensa, responde a casi todas las preguntas y no tiene reparos en alargar sus charlas con los medios informativos, ante los que despliega con frecuencia los malos modales a los que nos tiene acostumbrados desde hace casi cinco años.

En la situación actual, donde tan solo se habla del progreso de la pandemia por el país, así como los estragos personales y económicos que va causando, la conducta de Trump es todo un regalo para los reporteros: da diariamente una conferencia de prensa, rodeado de sus principales asesores y no tiene prisa por terminarla. Contesta a prácticamente todas las preguntas y además deleita con alguna de sus pataletas a sus numerosos enemigos, que tienen así más ocasión para ridiculizarlo.

Pero la respuesta a semejante acceso al presidente ha sido el ninguneo: tan solo los medios conservadores, grandes en audiencia y pequeños en número, ponen a disposición del público estas conferencias. A pesar de que no habla solamente Trump, sino que también intervienen expertos mundiales en enfermedades infecciosas, las ruedas de prensa no llegan a las audiencias de la CNN, CBS, ABC o NBC, quienes tan solo recogen alguna brizna de los desplantes de Trump.

El problema para sus rivales políticos es que las transmisiones en directo aumentan la popularidad del presidente, hasta el punto de que ahora son muchos los periodistas que han empezado a pedir que se prohíban€ aunque nunca tuvieron reparos en someter a sus oyentes a la machacona repetición de los cargos contra Trump durante casi dos años, en su esfuerzo por retirarlo del cargo antes de que alguien tenga la posibilidad de derrotarlo en las elecciones presidenciales.